Phil Jackson, ¿un entrenador sobrevalorado?

Analizamos su incidencia en los éxitos de Bulls y Lakers
Fuente: Bridget Samuels (CC)

Phil Jackson es un habitual en casi todo debate entorno a quién ha sido el mejor entrenador de la historia de este deporte, y lo cierto es que en lo relativo a títulos y porcentaje de victorias en la NBA, sin duda la mejor liga del mundo, los datos le respaldan.

En efecto, su nombre suele ir asociado al éxito absoluto (11 anillos conseguidos en sus etapas con Lakers y Bulls, muy por encima de leyendas de los banquillos como Red Auerbach, Gregg Popovich o Pat Riley)  y a las mejores temporadas de jugadores para la posternidad, tales como Michael Jordan, Kobe Bryant o Shaquille O’Neal.

A pesar de todos estos hechos y un amplio respaldo popular, en un deporte tan complejo con este, para entender el verdadero impacto de un entrenador en sus equipos, hay que analizar la situación desde numerosas dimensiones, es decir, adentrarse en las más frías e ignoradas estadísticas, así como las circunstancias que rodearon al sujeto en cuestión.

En el caso de Phil Jackson, debemos recordar que hasta que fue nombrado Head Coach de los Bulls en 1989 nunca había tenido una trayectoria muy destacada como jugador , si bien fue un buen role player en su época en los New York Knicks allá por los años 70, cuando ganaron con él en plantilla los únicos dos anillos de su historia (1970 y 1973); ni, por otro lado, como entrenador, pues sus únicas experiencias previas fueron como entrenador asistente en los Nets en la recta final de su carrera como jugador (1978-1981), a lo que siguió un lustro como Head coach de los Albany Patroons (1982-1987) que disputaban la débil CBA y, por último, fue entrenador asistente principal con Doug Collins, su predecesor.

Así pues, asumió el cargo de entrenador de los Bulls con un estatus casi de novato, sin experiencia en la NBA ni en ninguna liga ni equipo de prestigio de la NCAA o de Europa, por lo que pesaban evidentes dudas sobre si superaría la gestión de su predecesor, Doug Collins, quien había convertido a los Bulls en sus dos últimas temporadas al mando en uno de los equipos punteros de la Conferencia Este junto a Pistons y Celtics (rondaron las 50 victorias en Temporada regular estos dos años) y los había llevado a las Finales de conferencia en su última temporada, en las que cayeron derrotados contra los Pistons de Isiah Thomas, Joe Dumars y compañía por 4-2, es decir, pagaron la novatada tras haber estado liderando la serie por 2-1.

En este contexto, por un lado parecía difícil que mejorase la gestión de Doug Collins (quien, a pesar de su juventud e inexperiencia había dejado muy buen sabor de boca en Windy City pero un reguero de desavenencias con la directiva e, incluso, con Michael Jordan. Hecho que pudo costarle el despido) y, por otro, daba la sensación de que no hacía falta ser un genio para asentar en la élite a un equipo ya maduro y liderado por la estrella por antonomasia, Michael Jordan. Efectivamente, su designación como Head coach y la implantación del hasta entonces poco conocido Triangle offense (que aprendió de su asistente, Tex Winter, quien fue un prestigioso entrenador universitario) ahora usado por muchos entrenadores de la liga, insuflaron aire fresco al equipo que, liderados por un Michael Jordan a su habitual nivel extraterrestre y bien secundado por unos Scottie Pippen y Horace Grant en clara progresión y veteranos de calidad como Bill Cartwrigth y John Paxson, mejoraron en varias de las principales facetas del juego respecto al año anterior, destacando en anotación (109’5 pts por partido, 9º en la NBA), rating ofensivo (112’3 pts por partido, 5º en la NBA), robos (9’9 de media, 5º en la competición) y porcentaje de triples (37’4%, 3º en la liga), aunque bajaron un poco en defensa y rebotes, si bien culminaron la Temporada regular con 55 victorias, mejor marca de la franquicia en 18 años pero, a pesar de todo ello, volvieron a caer en las Finales de Conferencia contra su némesis de los últimos años, los Detroit Pistons, aunque esta vez en 7 partidos.

Puestos en perspectiva, a pesar de tan dolorosa derrota en el siempre fatídico Game 7, los Bulls ya eran todo un aspirante al título y se esperaba que en la temporada 1990-1991 diesen el único paso que les faltaba para disputar sus primeras Finales de la NBA en  25 años de historia. Tal y como era de esperar, los Bulls de Phil Jackson no fueron solo flor de una temporada (acallando las críticas al Triangle offense y a sus pautas poco ortodoxas como entrenador, como la asignación de lectura personalizada a los jugadores) y no hicieron más que mejorar: Mantuvieron casi intacto el promedio de puntos (110 de media), mejoraron notablemente en su principal debilidad, la defensa (apenas 101 puntos encajados en promedio, 4ª mejor marca de toda la NBA) y lo que es más importante, volvieron a pulverizar el récord de victorias de la franquicia en temporada regular, con 61, asimismo mejor marca del año en la NBA. Únicamente, les faltaba mantener ese nivel en Playoffs, y así fue, pues barrieron a todos los rivales que osaron interponerse a su cita con la gloria, incluidos los Lakers en las Finales, que echaban de menos al recientemente retirado Kareem Abdul Jabbar y estaban inmersos en los últimos coletazos del Showtime. Ese contundente 4-1 en las finales supuso, por fin, tras siete años en la mejor liga del mundo, la culminación de un sueño para Michael Jordan, a quien los más agoreros le auguraban ser uno de esos grandes jugadores que se retiraban sin ganar un solo anillo, a no ser que fichase por otra franquicia.

Una vez alcanzado el éxito, lo mejor estaba por venir, puesto que iban camino de convertirse en la  primera «dinastía» en la NBA desde los Celtics de Red Auerbach. En efecto, las dos siguientes temporadas fueron una confirmación de lo muchos esperaban, con otro récord de victorias en Temporada regular en la 91-92 (nada menos que 67) y otros dos anillos para la colección ante los Blazers de Clyde Drexler y los Suns de «Sir Charles» Barkley, dos destacadísimos miembros del Dream Team y el Hall of Fame de la NBA.

Lamentablemente, el verano de 1993 supuso una vuelta de tuerca para los Bulls y la historia de la NBA pues, a pocos días de empezar la pretemporada, Michael Jordan conmocionó al mundo del baloncesto anunciando su retirada, empujado por los acuciantes rumores sobre sus problemas con el juego y, fundamentalmente, por la reciente pérdida de su padre que motivó su pérdida de interés en el baloncesto (aunque hay una serie de fuentes que especulan con que hizo una especie de pacto secreto con David Stern para retirarse temporalmente y de este modo limpiar su reputación y la de la liga, si bien es una hipótesis ni muy contrastada y las verdaderas razones solo las conocen el propio Jordan y su entorno más cercano). Envuelto en todo este contexto extradeportivo, era el momento para que Phil Jackson demostrase si estaba a la altura de tamañas alabanzas recibidas durante los últimos tres años, y lo cierto es que el equipo cumplió con creces durante la Temporada regular (55 victorias) superando casi todo pronóstico, si bien, el equipo cayó ante los Knicks en semifinales de conferencia en el séptimo partido, lo que evidenció que aunque Phil Jackson era un buen entrenador, tampoco hacía milagros y que los Bulls, sin la presencia decisiva de «Air» Jordan dejaban de ser un aspirante al título.

De hecho, la Temporada regular 1994-1995 supuso más mediocridad, hasta el punto de que a mediados de la misma apuntaban incluso a quedarse fuera de Playoffs, sin embargo el regreso de Michael Jordan tras una fallida experiencia en el Béisbol profesional con el famoso «I´m back», cuando el equipo llevaba un balance de 34-31, supuso una inyección de moral para el equipo, que protagonizó una recta final al nivel de sus temporadas más gloriosas, a pesar de que Michael Jordan no acababa de recuperar su nivel de antaño, concluyendo con unas respetables 47 victorias. Sin embargo, perdieron en semifinales de conferencia (4-2) contra los mejores Magic de la historia, liderados por dos estelares Shaquille O’Neal y Penny Hardaway, que hicieron de contrapunto a un Jordan más errático que de costumbre.

La temporada 1995-1996 partía con altas expectativas y ánimos renovados aunque con la incógnita de si Michael Jordan volvería a ser un líder capaz de conducir a los Bulls de nuevo al anillo. Nada más lejos de la realidad, demostró una implicación absoluta que llevó en volandas a un equipo más compacto y unido que nunca, que rubricó una Temporada regular para la posteridad, con 72 victorias, marca que tardó 20 temporadas en ser batida por unos Warriors de leyenda (73-9) comandados por Stephen Curry y Klay Thompson. Los Playoffs, no fueron más que la confirmación de una realidad que llevaba toda la temporada gestándose, con unos Bulls resolviendo todas las series con solvencia, incluidas unas finales que tuvieron como víctima de turno a los Sonics de Gary Payton y Shawn Kemp (4-2). Aquella era la primera entrega del nuevo «Three peat» de unos Bulls que mantuvieron la línea durante la 96-97 tanto en Temporada regular (69 victorias) como en Playoffs (15-4), culminando la temporada con una brillante victoria en seis partidos ante los Jazz de Karl Malone y John Stockton.

Paradójicamente, el éxito deportivo de la franquicia era el contrapunto de lo vivido en los despachos del United Center, donde el verano de 1997 estuvo marcado por la tensión entre Phil Jackson y el General Manager, Jerry Krause, que lo tachaba, entre otras cosas, de egocéntrico y desagradecido. Aquella sucesión de desavenencias supuso el principio del fin de uno de los mejores equipos de la historia del deporte y, en este contexto, Jackson comenzó la temporada sabiendo que sería la última al mando de los de Illinois. Pese a ello, los Bulls fueron un equipo dominante durante toda temporada, no obstante, empezaban a mostrar algunos signos de desgaste, que se hicieron más patentes que nunca en las Finales de Conferencia, donde unos tenaces Pacers entrenados por Larry Bird les condujeron a un séptimo partido de infarto que se resolvió por apenas 5 puntos. En contraste, las Finales, de nuevo contra los Jazz fueron algo más «plácidas», y se dirimieron en seis encuentros, con el mítico «The shot» de Michael Jordan como broche final a un anillo y a toda una era del baloncesto.

Días después de lograr este anillo, Phil Jackson anunció su retirada como entrenador, dejando su nombre en lo más alto de la historia de franquicia junto, evidentemente, al de Michael Jordan, tras haber formado parte de una de las páginas más doradas de la historia del deporte. Apenas una semana después, se convocó el tercer Lockout de la historia de la NBA (tras los de 1995 y 1996), como resultado del desacuerdo entre propietarios y la Asociación de jugadores en asuntos como el tope salarial. Este Lockout, a diferencia de los anteriores, obligó a reducir la Temporada regular, que quedó fijada en apenas 50 partidos y, supuso el desmantelamiento casi completo de los Bulls campeones, con la segunda (y penúltima) retirada de Jordan como colofón.

Tras esa insólita temporada, que tuvo a los Spurs como campeones y a los Bulls como peor equipo de toda la competición, Phil Jackson decidió embarcarse en un nuevo reto: Entrenar a los Lakers.

Como cabía esperar, Jackson insufló aire fresco a los Lakers con sus métodos y, con el mejor «Big Three» de la liga (Shaq, Kobe y Rice) aportó el salto de calidad que les faltaba en los últimos años, y les llevó a su primer anillo desde 1988, logrado en plena época del Showtime de Magic, Kareem, Worthy y cía; todo ello tras una Temporada regular memorable, con 67 victorias, marca no vista en L.A. desde los Lakers de Jerry West, Wilt Chamberlain y Elgin Baylor, allá por 1972. Las dos siguientes temporadas, aún si ser tan apabullantes como la 99-00, fueron una prueba definitiva de la consistencia de los Lakers y la confirmación de O’Neal como el jugador más dominante y decisivo de la época tras su papel esencial en las Finales del 2001 y 2002, ante los Sixers de Iverson y los Nets de Kidd respectivamente.

Tras el Three peat, los Lakers empezaron a un mostrar un cierto declive en su juego motivado, en parte, por la fricción entre Shaquille O’Neal y Kobe Bryant, conflicto en el que Jackson no logró mediar y que perjudicó al equipo en momentos decisivos, como las Finales del 2004, en las que los Lakers contaban aparte de ellos dos, con dos históricos veteranos, Karl Malone y Gary Payton, en las que cayeron por un contundente 4-1 contra unos, a priori, inferiores Detroit Pistons. Tras esta sonrrojante derrota, tuvo lugar un verano intenso en el Staples Center, que culminó con el traspaso de O’Neal a los Heat tras sus diferencias con Bryant y la directiva (en el último caso por temas salariales) y la no renovación del contrato de Jackson, hecho que también levantó numerosas suspicacias.

Apenas un año después, tras una temporada paupérrrima (34-48), Phil Jackson retomó el control de unos Lakers que hasta la llegada de Pau Gasol en febrero de 2008, vagaron en la mediocridad (sin embargo, estos fueron los mejores años de Kobe Bryant a nivel anotador). Con el ala-pívot español, los angelinos conquistaron dos anillos seguidos (2009 y 2010) que serían, a la postre, los últimos de Jackson como Head Coach, quien dejó los banquillos el 2011 tras un vergonzoso 4-0 en semifinales de conferencia ante los Mavericks de Nowitzki.

En conclusión, los triunfos cosechados demuestran que Phil Jackson ha sido un buen entrenador, con un don para la motivación, sin embargo, su figura está un tanto magnificada, puesto que se hizo cargo de dos equipos (Bulls y Lakers) ya bien formados y que llevaban una buena progresión antes de su llegada. Además, en todo momento a lo largo de su carrera como Head coach, contó con el apoyo de Tex Winter, considerado por muchos «el cerebro» detrás de tales éxitos, a lo que se añade que, cuando perdía a alguna de sus estrellas (Jordan en 1993 y O’Neal en 2004) no daba con la tecla para contrarrestar tales bajas y los resultados se resentían notablemente.

Con todo ello, nos encontramos ante el caso de un entrenador sobrevalorado (al igual que también podría serlo otras leyendas como Gregg Popovich o Pat Riley) que tuvo el privilegio de coincidir con el clímax de dos de los mejores dúos de la historia de este deporte (Jordan&Pippen y O’Neal&Bryant) que, a su vez contaban con el respaldo de buenos jugadores. En este sentido, se puede afirmar que el papel del entrenador es secundario cuando tiene en sus manos plantillas de ese nivel y que, el verdadero gran entrenador es el que logra grandes gestas con relativamente pocos medios o el que es un auténtico pionero, es decir, casos como el de Red Auerbach (que llevó a unos Celtics al borde de la desaparición cuando eran uno de los peores equipos de la competición, a ser el equipo que dominó la NBA entre finales de los 50 y principios de los 60) en la NBA, John Wooden (UCLA), Dean Smith (North Carolina), Bob Knight (Indiana) o Mike Krzyzewski (Duke) que crearon auténticos programas de élite, en la NCAA o, el caso de Pedro Ferrándiz (Real Madrid) en el baloncesto europeo.

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Comentarios (2)
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  • Santiago Pedrazzoli

    Interesante artículo. Podemos coincidir o no pero…Popovich sobrevalorado?

    • Jorge González Stuart

      En efecto amigo, Popovich está un poco sobrevalorado. Le dieron a principios de la 1996-1997 un equipo que había superado las 55 victorias en cada una de las tres Temporadas regulares anteriores. Aunque lo cierto es que su primer año fue malo, en cuanto recuperó a Robinson y llegó Duncan el equipo subió como la espuma, hasta el punto de que ganaron el anillo en 1999.Luego llegaron Parker y Ginobili y una serie de sólidos Role players, como Bruce Bowen, un poco al estilo de los Lakers de Jackson. Con ello había madera de aspirante al título, y tampoco hacía falta ser un Einstein del baloncesto para sacar adelante ese equipo, aunque los cierto es que no hay que quitarle mérito a Popovich, pues el equipo ha ganado 5 anillos y lleva 20 años seguidos por encima de la 50 victorias en R.S, pero tampoco se puede decir que haya hecho el equipo casi de cero como otros entrenadores. Pero lo cierto, es que otros entrenadores con más plantilla no consiguieron casi nada, lo que demuestra que hay muchos entrenadores malos o mediocres que hacen «extraordinario» a un entrenador bueno a secas, como es el caso de Popovich. De todos modos, viendo las circunstancias, lo pongo por encima de Pat Riley (más conocido por entrenar unos Lakers del Showtime con un quinteto con tres Hall of Famers), Spoelstra (No tiene tanto mérito ganar con un Big three que incluye a LeBron James), Rivers (Ganó con los Celtics con tremendo Big Three y en 4 años con los Clippers y su equipazo no ha llegado a una Final de Conferencia) o, incluso Phil Jackson (No creo que sea tan dificil ganar con dos equipos donde tienes por un lado a Jordan y Pippen y por otro a Shaq y Kobe).
      Creo que me he pasado un poco escribiendo, pero supongo que así se entiende mejor lo que quería decir. De veras espero haber respondido satisfactoriamente a pregunta.
      Saludos