El Lockout del ’99

O el fin de las aspiraciones de los Utah Jazz

Fuente: Michael (CC)
Fuente: Michael (CC)

Al año 98 no le quedaba ya mucho. En la radio nos martilleaban inmisericordemente los oídos con infumables éxitos como: «As long as you love me» de Backstreet Boys o «Como un Aleluya» del siempre pastelero Sergio Dalma. En los cines había que ir a ver «La delgada linea roja», «Celebración» o «High art» si no querías parecer un zoquete cinematográfico. La NBA la seguíamos principalmente, desde hacia algún tiempo, a través del Canal +. Todos nos habíamos acostumbrado ya a la peculiar manera de retransmitir los partidos del añorado Andrés Montes y su inseparable Daimiel.

Las tres últimas temporadas habíamos asistido al triunfo de unos indiscutibles Bulls, comandados por el mejor jugador de todos los tiempos: Michael Jordan. Aquel equipo de Chicago se hizo merecedor de ser considerado como uno de los mejores equipos de la historia, y quienes habían intentado darles la replica lo mejor que pudieron durante las dos últimas finales habían sido los Jazz de Stockton y Malone, escudados principalmente por Hornacek y dirigidos por el gran Jerry Sloan.

Este equipo humilde, de una ciudad de «mercado pequeño», como las denominan por aquellos lares, había conseguido ensamblar una escuadra con una reputación envidiable. Era un conjunto sobrio, duro, correoso y ganador en el que la mano de su entrenador se dejaba ver en cada gota de sudor que producían. La fortísima personalidad de Sloan impregnaba la esencia y el modo de practicar el baloncesto de unos Jazz a los que había faltado poco para doblegar a aquellos ya míticos Bulls…pero les había faltado.

Coach Sloan había compuesto una música que se interpretaba al ritmo que marcaban los integrantes de una de las parejas mas célebres de la historia de la NBA: John Stockton y Karl Malone. Jeff Hornacek completaba lo que hoy denominaríamos como el «Big Three» de los Jazz. Cosa que jamás hubiésemos hecho por estos lares por aquel entonces por no parecer idiotas, o por no confirmar que lo éramos. El resto del equipo estaba compuesto, casi en su totalidad, por jugadores a los que podríamos denominar como «resultones». Eran estos rondas bajas o segundas rondas a los que se desarrollaba notablemente pese a sus limitaciones (Greg Ostertag, Bryon Russell, Jamie Watson, Shandon Anderson o Jacque Vaughn), o jugadores que habían aterrizado en Utah  vía F.A. o vía traspaso pero que llegaban un poco rebotados (Antoine Carr, Greg Foster, Chris Morris, Adam Keefe o Howard Eisley). Exteriores sin tiro, interiores sin físico, tochos sin fundamentos o jugadores pasados de forma que conformaban una plantilla extraña, fea, muy poco estilizada, pero que no se cansaba de ganar y ganar. Imponían un ritmo lento y trotón. Exprimían al máximo el «Pick&Roll» y a sus primeras espadas y, sobre todo, Sloan sacaba petróleo de todos ellos.

Tras aquellas dos dignas derrotas en las finales, los Utah Jazz se encontraban ante un escenario inédito que llenaba de expectación y esperanza a buena parte de los que admirábamos a este equipo inusual: Los grandes rivales se desintegraban. Los invencibles Bulls se deshacían tras la retirada de Michael Jordan. Harper, Pippen, Rodman, Longley o Kerr dejaban a un equipo acostumbrado a tocar el cielo con las manos en una posición obligada de reconstrucción. No era el caso de los Jazz. El equipo del estado mormón mantenía a sus jugadores más importantes y dejaba pequeños huecos libres pensados para ser rellenados por jugadores dispuestos a ganar un anillo. El equipo hubiese sido uno de los aspirantes al título aún sin la descomposición Bull, así que, tras esta, se colocaban los primeros en la línea de salida. Otros equipos presentaban su candidatura a ganar el campeonato sin discusión: Knicks e Indiana en el este, Rockets, Blazers y Spurs en el oeste, pero quienes a priori estaban mejor situados eran los finalistas de las dos últimas finales.

Por lo que no es de extrañar que una gran parte de la afición Jazz se relamiese pensando en los jugadores que podrían recalar en SLC aquel verano, incluso se llegó a rumorear que las dos grandes estrellas de Utah estaban dispuestas a ceder parte de sus abultados sueldos para facilitar la llegada de jugadores con cierto caché.

Otra parte de la afición no era tan optimista. Recordaban estos, no sin razón, el frustrante por frustrado traspaso de Chris Mullin por Bryon Russell o, sobre todo, los sangrantes casos de Derek Harper y Rony Seikaly, quienes se negaron tajantemente a vestir la camiseta de los Jazz pese a que sus respectivos clubes habían cerrado sendos acuerdos de traspaso. Se llegó a dar la surrealista situación de ver entrenar a Greg Foster y Chris Morris con los Orlando Magic mientras que el pívot natural de Beirut se quedaba en su soleada mansión de Florida recibiendo llamadas desde SLC. Y no solo desde las oficinas del Delta Center: Sloan, Stockton y Malone tomaron cartas en el asunto y no cejaron en sus intentos de convencer al jugador. Muchas fueron las llamadas, pero todas terminaron con la misma respuesta: Un no rotundo. Tiempo después el propio Seikaly negaría vilmente aquel episodio culpando a la directiva de los Jazz o a una lesión en un pie de todo aquel culebrón sin que llegase a convencer a nadie en absoluto.

¿Que podrían haber hecho aquellos Jazz con un pívot como Seikaly, que la temporada anterior había promediado mas de 17 puntos y casi 10 rebotes, o con la ayuda del talento de Harper o Mullin ante aquellos poderosos Bulls? Nunca lo sabremos. Aquellos frustrados traspasos dejaron una huella en los aficionados de SLC, o como les conocemos twitteramente hoy en día «JazzNation», huella que muchos tenían la esperanza de borrar aquel verano. Nada maá lejos de la realidad.

PRETEMPORADA

En el Draft de aquel año los Jazz habían elegido en el último lugar de la primera ronda a Nazr Mohammed para traspasarlo inmediatamente a los Sixers. En segunda ronda seleccionaron a un tal Torrayne Braggs, un PF defensivo de larga carrera (se retiró en 2012) la cual desarrolló en infinidad de lugares del planeta, llegando a cambiar de camiseta hasta en 35 ocasiones. Varios equipos ACB, Israel, Grecia o Rusia fueron algunos de sus destinos en Europa. Rockets y Wizards sus dos únicas y brevísimas experiencias NBA. Equipos tan pintorescos y dispares como los Cangrejos de Santurce, los Gallitos de Isabela, Yakima Sun Kings, Ironi Ramat Gan o los Gaiteros de Zulía pudieron disfrutar de sus esforzados servicios. Vamos, que jugó para medio mundo excepto para los Utah Jazz. Así que aquel año los refuerzos tendrían que llegar vía F.A. o traspaso, y había unos cuantos agentes libres y jugadores en supuesta situación de traspaso más que interesantes por los que los Jazz no solo mostraron interés: LaPhonso Ellis, Mario Elie, Sam Perkins, Steve Kerr, Johnny Newman o la renovación de Antonine Carr sonaron como algo más que rumores. Mientras estos nombres se manejaban, los posibles «trades» tenían su eco en la prensa, y algunos estuvieron muy cerca de suceder. Como el que se hubiese cerrado con los Pacers con el objetivo de ver jugar en SLC a Travis Best y Derrek McKey, o como el que estuvieron a punto de protagonizar Howard Eisley y Doug Christie, este último en los Raptors por aquel entonces.

Los aficionados empezaron a espantar moscas tras sus orejas, los más optimistas señalaban como principal escollo la incertidumbre que se adueñó de toda la liga en esas semanas más que en el hecho en sí de aceptar o no posibles ofertas. Sonaba a auto-engaño.

Y LLEGÓ EL LOCKOUT

Poco tiempo antes ya habíamos asistido a dos «Lockout» sin apenas transcendencia. El primero, en el 95, duró dos meses sin que llegase a significar ningún quebranto al normal funcionamiento de la liga. El segundo, en el 96, siquiera duró unas horas. Así que nadie esperaba gran cosa de la tormenta que algunos agoreros preveían. A los aficionados les sonaba a chino, ni entendían cuál era el problema ni querían saberlo. Que se arreglasen entre ellos como siempre y que empezase la temporada, ese era el deseo de todos los amantes de la NBA. La prensa era otra historia. Al principio se informaba, como era lógico, de lo deportivo con un ojo puesto en las reuniones del sindicato de jugadores con la patronal. Los medios daban a conocer los puntos de conflicto entre unos y otros. Se hablaba de la «Exención Bird», del sueldo mínimo de los veteranos, de cuánto y cómo tenían que cobrar los rookies, de los controles sobre el consumo de marihuana y otras sustancias y de cuántos equipos habían cerrado el curso con pérdidas. Según la patronal muchos, según el sindicato pocos. Lo cierto es que no consiguieron ponerse de acuerdo en nada, y pese a iniciar las negociaciones entre ellos en marzo, el «lockout» llegó el 22 de junio. USA no pudo enviar una selección nacional con figuras NBA, Stern intentaba allanar el camino a un posible acuerdo sin éxito, así que el resultado fue que en septiembre se suspendieron 24 partidos de exhibición y los «Trainig Camps» se cerraban indefinidamente. Llegaron octubre y noviembre y la cosa seguía igual, así que por primera vez en la historia de la NBA se suspendían partidos oficiales por culpa de una huelga. El All-Star tampoco se celebró, como era lógico, y para cuando llegó diciembre los aficionados y los medios estaban rabiosos. Por muchas razones que esgrimieran unos y otros ninguna de ellas eran lo suficientemente determinante como para poner a la opinión pública a favor o en contra de alguna de las partes. La gente quería NBA, la prensa la necesitaba.

El periodista deportivo Tony Konnheiser definió la situación como:»un conflicto entre millonarios altos y millonarios bajitos», dejando bien a las claras la poca comprensión que suscitaban todos ellos. Algunos llegaron a definir el fin de la huelga como una gran victoria de David Stern y los propietarios tras aceptar el sindicato de jugadores, que vio debilitada su posición por divisiones internas, la oferta que les hicieron a finales de diciembre. El 20 de enero se firmó el acuerdo y la maquinaria baloncestística americana se puso en movimiento. Una pretemporada casi inexistente fue seguida de una Liga Regular de únicamente 50 partidos. Una temporada que vio como algunos de sus participantes la iniciaban en un estado de forma infame; sangrante fue el caso del pívot de los Vancouver Grizzlies Bryant «Big Country»Reeves, que volvió gordísimo acentuando aún mas sus problemas físicos, sobre todo de espalda, hasta el punto de no llegar a ser el mismo nunca más. Algunos jugadores habían estado entrenándose por su cuenta, otros habían emigrado a Europa o a otras latitudes menos exigentes mientras intentaban no perder la forma. Como el flamante Nº1 del Draft de aquel accidentado año: Michael Olowokandi, quien pasó con más pena que gloria por el Kinder Bolonia mientras duraba la huelga.

SE IMPUSO LA REALIDAD

Para desesperación de toda la parroquia mormona, tras largos meses de espera, la temporada empezaba sin la llegada de absolutamente ningún fichaje de relumbrón de los que tanto se había hablado durante ese tiempo. Ningún traspaso se llevó a cabo. El mazazo emocional para algunos de los aficionados fue grande, aunque, curiosamente, fue fuera de Utah donde mas caló esta idea de lugar al que nadie quería ir. Mucho se ha escrito acerca de ello durante todos estos años, se acusa a la ciudad de aburrida, muy religiosa y otras argumentaciones más o menos acertadas. Ya hay quien las niega todas categóricamente en la prensa local aún hoy en día. Pero siendo acertadas o no, Utah era y sigue siendo una plaza con muy poco atractivo para los agentes libres. Y aquel año fue tal el descalabro que desde los despachos se vieron obligados a fichar por pura necesidad. Se reclutó a Thurl Bailey, un histórico de la franquicia, de 37 años, que había vestido la camiseta de los Jazz durante 9 temporadas y que llevaba retirado de la NBA cuatro años. Anthony Avent, Chris King, Shawnelle Scott y Joe Stephens se sentaron en el banquillo mormón en calidad de agita-toallas un puñado de partidos cada uno, y ya empezada la temporada se «cubrió» por fin el tan ansiado roll de pívot ofensivo que tanto había perseguido Sloan y la gerencia. Al único al que pudieron traerse fue a Todd Fuller, acabado en «R», sin «O» al final.

Pívot natural de North Caroline, de 2,10 metros, que fue seleccionado por los Warriors en un incomprensible puesto 11 del Draft, dejando así pasar la posibilidad de escoger a jugadores como Steve Nash, Kobe Bryant o Jermaine O’Neal. Era tal la necesidad entre afición y prensa especializada de un refuerzo que pudiese aportar, que durante un corto espacio de tiempo se autoconvencieron de lo óptimo de la operación. Bien es cierto que Fuller había desarrollado en la Universidad un tirito de media distancia que le solía ayudar a sumar muchos puntos, pero en su carrera profesional en la NBA nunca lo encontró. 20 puntos y 9 rebotes promediaba en North Carolina, que en sus dos años en GS se transformaron en 4 puntos y 3,3 rebotes. Era alto pero no era un «7 pies», no era lento ni torpe pero tampoco rápido ni ágil. Tenía buena facha, era un buen chico y un buen cristiano. Un brillante estudiante de matemáticas aplicadas que rechazó una beca Rhodes para estudiar en Oxford por el baloncesto. Parecía que lo tenía todo para encajar en la sociedad de SLC y en el equipo. La realidad no tardó en imponerse. Su año en Utah fue testimonial siendo pronto relegado a ser el tercer pívot de la plantilla y promediando 3,3 puntos y 2,4 rebotes por partido. El curso siguiente recaló en Charlotte, y al siguiente en Miami, pero después de aquello no volvió a la mejor liga del mundo. Gijón, Tarragona y el Juventud disfrutaron de sus servicios posteriormente. También jugó en Polonia, Grecia y, antes de retirarse, Australia.

Con estos mimbres se plantaban los Utah Jazz a la conquista del preciado anillo. Tenían claramente peor plantilla que en las dos temporadas anteriores, pero poseían argumentos para el optimismo: El nivel general de toda la liga en aquel comienzo de temporada era tan bajo que quizá no se notase lo justo de su roster, además, Sloan, Malone, Stockton y Hornacek seguían allí. Y seguían teniendo hambre.

EL DESENLACE

El equipo sabía a qué jugaba. Stockton y Malone podían hacerlo con los ojos vendados y Sloan seguía fiel a su libreto, por lo que a nadie sorprendió que fuesen uno de los principales protagonistas de aquella inusual temporada regular. Tras la desmantelación de los Bulls, en el este nadie era capaz de darle la replica al conjunto de SLC. Fue en el oeste donde les plantaron cara, y en su propia división. Gregg Popovich había conseguido darle a los Spurs el tono ganador que necesita todo equipo campeón apoyándose principalmente en , el ya entonces ilustre, «Almirante» Robinson y en aquel chaval de las Islas Vírgenes al que algunos acusaban de blando y apocado: Tim Duncan. Pese al brillante trabajo realizado en San Antonio, durante aquella temporada nadie hubiera podido vaticinar que aquel equipo no solo acabaría proclamándose campeón, sino que además sería el comienzo de una dinastía que ya en el siglo XXI se haría con cuatro anillos más.

A unos cansados y cortos de recursos Jazz les eliminaron en playoffs los Blazers. Karl Malone volvió a ser el MVP de la temporada y fue incluido en el mejor quinteto de la liga, John Stockton en el tercero. Pero ningún premio individual era ya un consuelo. La sensación de haberse escapado una oportunidad histórica era dolorosa. El club siguió apostando en años posteriores por la misma política. Quizá llevados por la frustración de no haberlo podido realizar en su día se reforzaron a conciencia con buenos jugadores veteranos con los que poder mantener el gran nivel al que nos tenían a todos acostumbrados. Olden Polynice, Armen «The Hammer» Gilliam, Danny Manning, John Starks, Mark Jackson, Matt Harpring o Donyell Marshall acompañaron al Big3 de los Jazz en los últimos años de baloncesto al más alto nivel, pero muchos veíamos con inmensa pre-nostalgia cómo se acababa todo aquello. De cómo se deshacía uno de los mejores equipos que nunca llegaron a ganar el campeonato. De como la pareja, probablemente, más celebre de la historia de la NBA pasaban de ser jugadores a convertirse en leyendas de este deporte. Leyendas sin anillo.