Tres razones por las que no echaré de menos a Kobe Bryant

El jugador anunció su retirada trase el final de este curso

 

Fuente: Adrián Rodríguez (CC)
Fuente: Adrián Rodríguez (CC)

Es probable que no sea el día para este artículo, lo reconozco, pero lo que tienen los exabruptos es eso, que son bruscos e inesperados. Decía Ted Mosby que uno puede hacer bien una cosa mil veces, pero que a la mil una, la verdad saldrá a la luz y eso es justo lo que ha pasado hoy. Llevo demasiados años intentando disimular que no me gusta ni disfruto del juego de Kobe Bryant, mintiendo al decir que no es él quien me cae mal sino sus fans, cuando la verdad es que no sé cuál de las dos figuras me agrada menos; o disimulando a base de hacer chistes con la rivalidad Celtics – Lakers para evitar el típico y sacrosanto: «Si no te gusta Kobe es que no tienes ni puta idea de baloncesto».

Pero después de ser acribillado durante 24 horas con artículos, vídeos y tweets elogiando su figura, no puedo más, me rindo: no me gusta Kobe Bryant. Lo detesto. Y si no fuese porque se pasará la temporada haciendo declaraciones con la misma frecuencia con la que ahora falla tiros de campo, la NBA me parecería un lugar más paradisíaco a partir del año que viene. Pero como nunca he sido demasiado fan de los axiomas ni de las ideas impuestas, voy a tratar de explicar el porqué de tan poco popular opinión.

1. No me gustan los remakes

Sé que el Scarface de Brian de Palma cuenta sus seguidores a miles y que el póster de Al Pacino compite en protagonismo con el de CR7 en el dormitorio de cualquier post-adolescente con ciertas ínfulas cinéfilas, pero pese a ser una buena y efectiva película, nunca llegará a besar los talones de la dirigida por Howard Hawks en 1932. Y es que no hay nada como el valor de algo original, nuevo, fresco.

Eso es algo que Bryant nunca ha sido, más aún, es algo que nunca ha tratado de ser. Él siempre ha sido una copia (buena, muy buena) de Michael Jordan, desde que era un niño en Italia hasta aquellos training camps previos al «NBA Draft 1996» en los que algunos compañeros reconocieron «enrojecer» ante la colección de gestos, movimientos y expresiones ‘robadas’ que el joven de Filadelfia exhibía sin ningún tipo de disimulo.

Lo malo de hacer esto es que por muy bueno que seas nunca vas a ser mejor que lo que estás copiando, porque ya has eliminado el factor sorpresa. El espectador no se sienta con ojos nuevos a dejarse deslumbrar, sino que ya tiene una referencia previa con la que va a estar equiparándote permanentemente. Y cuando esa referencia es Jordan, vas a perder cualquier comparación. Siempre.

Pongamos un ejemplo que sé polémico, LeBron James. Puede ser mejor o peor que Kobe, cada uno tendrá su opinión, pero todo el mundo sabe de qué tipo de jugador estamos hablando cuando cada verano se dice que tal o cual universitario es el nuevo LeBron James. ¿Por qué nadie habla de un nuevo Kobe Bryant draft tras draft? Porque Kobe Bryant, per se, no es un tipo de jugador de baloncesto, sino que ya es el mejor ‘nuevo Jordan’.

2. No me gustan las divas.

De su batalla con Shaquille O´Neal se ha escrito tanto que me está dando vergüenza teclear sobre ello, pero lo único que hay cierto del asunto es que un equipo que podría haber marcado un antes y un después en la historia del deporte se quedó en un equipo que pasará a la historia de la NBA, sí, pero siempre con el asterisco de lo que podrían haber hecho.

Culpar a Kobe Bryant en exclusiva de esa fractura sería estúpido, tanto como exonerarlo de toda responsabilidad. Desde mi punto de vista, todo lo que sucedió fue que el segundo espada de un equipo no supo aceptar su papel y quiso cada uno de los focos sobre él. ¿Decisión legítima? Puede ser, pero también estúpida. Especialmente para un jugador sobre el que siempre se ha dicho que todo lo que ha hecho durante su carrera ha sido con un único objetivo: ganar.

Pecados de juventud, la arrogancia que siempre acompaña al talento, el dolor de sentirte infravalorado… todos son intentos de justificación que han ido saliendo a lo largo de los años pero que para mí quedan invalidados tras lo visto estas dos últimas temporadas; que solo han servido para afianzar su carácter de diva.

Paul Pierce, Dirk Nowitzki o Tim Duncan son coetáneos del #24 y, al igual que este, leyendas vivas del baloncesto que tan pronto como se retiren serán incluidos en el «Hall of Fame«. Lo único que les diferencia a ellos de Bryant es que los tres primeros han sabido asumir que la edad pesa y que hay veces que dar (y ganar) un poquito menos es aportar mucho más. Mientras unos han aceptado – e incluso propuesto – rebajas salariales y de minutos en pista, tanto para atraer jugadores con piernas más frescas como para que tu aportación sea más efectiva, Bryant se lo ha pasado todo por el forro de su real ego.

El resultado es evidente, desde 2013 Paul Pierce, Dirk Nowitzki o Tim Duncan siempre han estado en equipos contenders (cualquiera que diga que no veía a los Brooklyn Nets de 2013/14 como aspirantes al título en Septiembre debía tener una bola mágica), o ganando anillos mientras el bueno de Kobe seguía ganando 20 millones limpios, espantando Agentes Libres y ‘robando’ minutos a jugadores que deberían ser el presente y futuro de una franquicia que, huelga decirlo, lo más cerca que ha visto la post-temporada en todo este tiempo es cuando los Clippers pegaban las pegatinas de playoffs en el suelo del Staples.

Si con el cuerpo hecho trizas, más de 47.000 minutos jugados, cinco anillos en los dedos y ganancias cercanas a los 220 millones de dólares en toda tu carrera no eres capaz de jugar menos de 30 minutos y lanzar menos de 15 tiros por partido es que tienes un problema de ego, de divismo, inmenso.

3. «El estado soy yo»

Esta frase, atribuida tradicionalmente a Luis XIV, ha servido como reflejo de la manera de ejercer el poder por los monarcas absolutistas propios de los siglos XVII y XVIII, pero podría ser perfectamente aplicable a cómo ha sido entendida la franquicia angelina por su mejor jugador desde 2004.

Uno de los tópicos más leídos durante estos días ha sido eso de que «sangraba púrpura y oro» por no haber abandonado su franquicia durante 20 años y la verdad es que es algo francamente admirable… pero más lo habría sido si esta franquicia fuesen los Milwaukee Bucks y no el segundo mercado más grande de la NBA.

Quiero decir que cuando eres el ojito derecho del frontoffice y de los propietarios desde el día que llegas y cada año eres aspirante al título es muy difícil que te sientas a disgusto. Y si no fuese por el punto 2 jamás habría tenido nada para objetar del amor de Kobe Bryant a los Lakers, pero en el periodo de tiempo transcurrido desde Shaq hasta Pau – comúnmente conocido como el lustro de los bofetones de realidad – nuestro protagonista pareció olvidarse de su amor por la franquicia angelina y llegó a pedir el traspaso antes la falta de jugadores de calidad que le rodeasen (en 2007, concretamente). Pero esto también parece haber sido olvidado por los hagiografos que durante el día de hoy no han parado de encerar sus reales posaderas.

Yendo al ejemplo más evidente, Paul Pierce se tiró diez años en los Boston Celtics (franquicia a la que odiaba de pequeño) viendo pasar la vida por delante de sus ojos, mientas era entrenado por iluminados como Rick Pitino, sin amenazar ni una sola vez con marcharse si no le traían a alguien que supiese correr sin pisarse los cordones, se rebajó el sueldo en 2010, y cuando fue traspasado en contra de su voluntad no dijo más que buenas palabras hacia la franquicia. Eso es sangrar de un color que no sea rojo. Ese día sí que estaré triste. Hoy descorcho el champán y doy las gracias a Karl Malone, contigo empezó todo.

Siento enturbiar la mañana.