Trader Jack, el constructor de los Bad Boys (III): Un polaco a cambio de Laimbeer

Uno de los jugadores más controversiales de la historia

Bill Laimbeer es, sin ninguna duda, el jugador más polarizado de la NBA. O lo adoras o lo detestas con todas tus fuerzas, no hay lugar para la equidistancia. Sus partidarios son, mayormente, seguidores de los Pistons y detractores de Michael Jordan. Sus contrincantes, todos los demás. Porque Laimbeer nunca ha sido para todos los públicos, ni lo fueron tampoco los Pistons. Ver un partido suyo e ir en su contra significaba gritos, lanzamiento de objetos contra la tele, insultos a todo su árbol genealógico y deseos de un futuro nada apacible para el pívot de la Motown. Pero la satisfacción de ver a un jugador, a un equipo, vencer a otro que es superior en técnica y talento mediante inteligencia colectiva y sacrificio supone un placer indescriptible.

Bill McCloskey tenía sus métodos para moverse por el mercado de traspasos. Tenía sus tablas de evaluación creadas por él mismo para decidir si un jugador era bueno, 10 campos de análisis cuya suma debía llegar a los 100 como máximo. Si la suma de los diferentes apartados llegaba a 80, ese jugador debía estar en los Pistons. Bill Laimbeer, un chico de buena familia de Boston que fue a la universidad de Notre Dame que terminaría recalando en los Cleveland Cavaliers en el puesto 65 de la tercera ronda del draft de 1979 estuvo de manera sorprendente dentro de esos parámetros. No tenía un cartel brillante, básicamente era un jornalero que consiguió hacerse con el puesto de pívot titular en los Cavs sin hacer grandes números ni levantar las miradas de aquellos que miraran el partido de manera distraída. Esto no fue un impedimento para que McCloskey, que tiene un ojo clínico para estos asuntos, fijara su atención en aquél pívot blanco que no dejaba de moverse por la pista.

Lo vi cuando jugamos contra Cleveland. Los ganamos sin demasiadas dificultades esa noche, pero lo vi competir hasta que sonó el último silbato. Por aquél entonces no teníamos muchos hombres altos, y me dije que debíamos ir a por ese chico. No tenía un movimiento de pies tremendo, ni nada que le hiciera despuntar por encima del resto, pero ganar era su meta en la vida.

Jack McCloskey se puso manos a la obra y contactó con Ted Stepien, el dueño de los Cavs. Stepien era y es conocido en el mundo de la NBA, e incluso tiene una regla con su nombre, la «Stepien rule», que impide hoy en día a las franquicias traspasar primeras rondas del draft de años consecutivos. Y no por la habilidad de Stepien para conseguir buenos jugadores a cambio de rondas de años consecutivos, sino por su completa incapacidad de hacer nada bueno con esos intercambios. Ejemplo de su pésimo ojo para los traspasos fue el que llevó a los Lakers a conseguir a James Worthy gracias a que Stepien les «regaló» la primera ronda del draft a cambio de Don Ford, un alero de dudoso talento que estaba promediando 6,7 puntos y 3,4 rebotes.

Trabajaba contrarreloj durante esos días. El día en el que el mercado de traspasos se cerraba estaba a la vuelta de la esquina, y Stepien tampoco iba por ahí regalando jugadores. «Trader Jack» propuso a Stepien el siguiente traspaso: los Pistons enviarían a los Cavs su primera y segunda ronda de 1982 a cambio de Kenny Carr y Bill Laimbeer. Al enterarse de la oferta de traspaso, todo el mundo pensó que McCloskey iba a por Carr, un ala pívot que estaba promediando un 15+10 nada desdeñable y que Laimbeer simplemente era una pieza para cuadrar salarios y hacer relleno. De esta manera, McCloskey cubría sus posiciones interiores con dos piezas, una de valor probado y una apuesta personal, dejando ir dos rondas. Sorpresivamente, Stepien negó con la cabeza y el traspaso no se llevó a cabo.

McCloskey no podía creerlo, pero como en todas las películas de suspense, cuando el protagonista está en un callejón sin salida y ningún tipo de señal en sus ojos que transmita esperanza, se para en seco, rostro impertérrito, ojos imperturbables y una boca que poco a poco va esgrimiendo una mueca progresiva que desemboca en media sonrisa. McCloskey esbozó esa media sonrisa cuando un informador le habló sobre las raíces polacas de Stepien, y la propensión del propietario de los Cavs de dejarse gustar por los jugadores polacos. Casualidades de la vida, los Pistons tenían un polaco en el equipo o por lo menos uno que tenía raíces polacas, Paul Mokeski. El pívot suplente de los Pistons no destacaba por sus números, 3 puntos y 3 rebotes en lo que llevaba de temporada con Detroit, pero no era lo que aportaba en pista lo que utilizaría McCloskey para convencer a Stepien. Teléfono en mano, «Trader Jack» llama a la oficina del propietario de los Cavs:

Ted, tienes que tener un polaco en tu equipo

«A quién te refieres», preguntó Stepien. De esta manera, Jack McCloskey envió su primera y segunda ronda del draft de 1982 y Paul Mokeski a Cleveland a cambio de Kenny Carr y Bill Laimbeer justo sobre la bocina el día en el que los traspasos se cerraban.

La gente se pensaba que nosotros íbamos a por Carr, y aunque creo que era un buen jugador, nuestro objetivo era Laimbeer. Justo después de hacer el traspaso, Portland nos llamó preguntando por Carr ofreciéndonos una primera ronda

McCloskey no aceptó esa ronda, por el momento. Esperó a que terminara la temporada para ver como funcionaba, pero Carr jugó como suplente, bajando todos sus números de 15+10 a 7+4 jugando 16 minutos (por los 32 que jugaba con los Cavs), y acabó siendo traspasado a los Blazers a cambio de esa primera ronda prometida. Carr nunca volvería a ser el mismo jugador que fue en Cleveland, aunque jugó 5 temporadas más en los Blazers promediando 12 puntos y 8 rebotes jugando casi 30 minutos por partido.

Al final, el tiempo tuvo que darle la razón, el chico a por el que ellos iban era Laimbeer. Seguramente el pívot abierto de los Pistons haya sido uno de los 3 jugadores más influyentes que haya tenido la franquicia en sus filas. Pieza imprescindible en la formación de los Bad Boys, Laimbeer demostró su carácter competitivo enfrentándose, en el sentido más amplio de la palabra, a los más mediáticos jugadores que dio la NBA de los 80 y 90. Desde Magic Johnson a Kareem Abdul-Jabbar, pasando por Charles Barkley, Michael Jordan o Larry Bird, sus empujones, puñetazos y rodillazos han hecho gira por diferentes ciudades de los Estados Unidos. Pese a eso, dejar en esto su definición es demostrar unas miras muy cortas.

Las Finales del 90

Fue en Portland, Finales de 1990, donde Bill Laimbeer demostró el porqué McCloskey había apostado por un pívot sin aparente habilidad especial por encima de un jugador que promediaba dobles figuras. Los Pistons tenían una maldición con los Blazers. Habían perdido 20 veces seguidas en Oregon durante 16 años de partidos, y en esas Finales el cuerpo técnico de la Motown solo intentaba reducir daños en los partidos que se disputaran lejos del Palace.

¡Joder! Yo he venido a Portland a ganar tres partidos seguidos. Y cualquiera que no crea que podemos hacerlo puede salir fuera de este vestuario.

Vinnie Johnson dijo que ellos pensaban que realmente podían ganar, pero no había nadie que se hubiera atrevido a decirlo en alto, como si sus suposiciones fueran tan frágiles que se pudieran romper con la leve brisa del aliento que transportaba las palabras. Con ese desafío lanzado por Laimbeer, todos se convencieron. De esta manera, los Pistons salieron del Palace con un 1-1 ante los Blazers, y ganaron sus tres partidos siguientes en Portland.

Una vez más, McCloskey tenía razón.