Dicen que no hay cosa con más rencor acumulado que un matrimonio mal avenido. Y por eso, aunque a veces haya que ponerse de acuerdo para sonreír cuando se está delante de los niños (léase, los aficionados), lo normal es que cuando hables del otro, rajes.
Ambos mantuvieron una fuerte lucha de egos mientras compartieron equipo, y una mala relación ya oficial (con varios cruces de declaraciones) cuando vez el pívot abandonó Los Angeles rumbo a Miami: «Todos sabemos qué pasa cuando un Corvette se estrella contra un muro. Él es el Corvette y yo el muro».
Preguntado en el «The New Yorker» sobre O´Neal, en estos términos se refería Bryant a la profesionalidad y ética de trabajo de su compañero, durante los años en que compartieron equipo.
«Me volvía loco que Shaq fuera tan vago cuando jugábamos juntos, como jugador tienes la responsabilidad de trabajar cada día y no puedes saltártelo. Es así. Somos profesionales y él muchas veces no se lo tomaba tan en serio».
Parece ser que Bryant, un obseso del trabajo como él mismo ha reconocido: «Fui terco como una mula», no acaba de comprender que hay jugadores que no comparten su estilo de vida, o que compensan un trabajo menor con un mayor talento o condiciones físicas. No hay que olvidar que la estrella de esos Lakers que ganaron tres anillos consecutivos no era otro que el ahora comentarista de TNT.
Hizo falta la mediación de uno de los más grandes jugadores en la historia de la liga, Bill Rusell, para que ambos se reconciliasen, allá en 2006. Aunque vistas estas recientes declaraciones de Kobe o la autobiografía de O´Neal: «Tuve verdaderas ganas de matarle», todo apunta a que dicha reconciliación entre ambos solo es una farsa para mantener contentos a los padres – Rusell – y a los niños – los aficionados -.