La familia Miller, ante una oportunidad única

no quieren construir un pabellón nuevo

fuente: tm lizzy irwin (cc)
fuente: tm lizzy irwin (cc)

En medio del proceso público que llevará al estado de Wisconsin a contribuir con 250 millones de dólares al nuevo pabellón de los Bucks, la dirección de los Utah Jazz declaraba hace una semana que sus planes son tratar de alargar la vida del EnergySolutions Arena, uno de los recintos más antiguos de la NBA. Mientras que otros propietarios mucho más ricos que la familia Miller denuncian pérdidas y reclaman mejores estadios bajo amenaza de irse a otro mercado más grande, los actuales dueños de la franquicia han dado un paso adelante y están ante un momento único, el de cambiar la dinámica en el deporte profesional americano que permite que los gastos de construcción de estas gigantescas instalaciones recaigan sobre la población. Sin embargo, los beneficios se quedarían en el bolsillo de los multimillonarios que controlan los equipos.

El profesor de Economía en la Universidad de Holy Cross, que estudia recintos deportivos profesionales, aparecía citado en el artículo de The Salt Lake Tribune, señalando verdades que deberían ser muy duras para el ciudadano americano medio – pero que, desafortunadamente, no lo son, o nadie parece oírlas -:

«Estos estadios se quedan obsoletos económicamente muchísimo antes de construirlos. Están tirando recintos en perfecto estado que la mayoría de naciones mataría por tener.»

El EnergySolutions Arena se inauguró en 1991, y fue financiado privadamente por Larry Miller, el hombre que al comprar los Jazz en 1985 los salvó de un posible traslado, cuando la franquicia apenas tenía una década de vida y ya se había mudado de New Orleans en el Sur a Salt Lake City en las montañas Rocosas. Solamente 6 estadios en la NBA son más antiguos, y la mayoría o han recibido inversiones megalíticas para ser reformados o van a ser reemplazados brevemente. El Oracle Arena de Oakland, California, y hogar de los campeones desde 1966, pasará a mejor vida cuando los Warriors se trasladen a un nuevo complejo en la bahía en San Francisco próximamente. El Madison Square Garden, celebrando partidos de los New York Knicks en el centro de la gran ciudad desde 1968, fue renovado entre 2011 y 2013 a un coste de 1.000.000 millones de dólares. Los Bucks abandonarán el BMO Harris Bradley Center de Milwaukee que les alberga desde 1988 tras llegar a un acuerdo los políticos locales y regionales. El Sleep Train Arena de Sacramento, terminado en 1988 también dejará sitio a un nuevo pabellón construido en el centro de la capital de California. Este por su parte ha recibido 200 millones de dólares de inversión del sector público. Las otras dos canchas son la de los Pistons, el The Palace of Auburn Hills, construido en 1988 a las afueras de Detroit con financiación privada – como el de Utah -, y el Target Center de Minneapolis, donde los Timberwolves juegan como locales desde 1990.

A pesar de ello, y a pesar de que se avecinan buenos tiempos tanto para el equipo, que tiene un núcleo joven con mucha proyección y podría volver a los playoffs en 2016, como para la NBA ( que además de estrenar un nuevo contrato multitrillonario -sí, trillones parece- de televisión, ha visto como el valor de sus franquicias se ha disparado como la espuma: los Atlanta Hawks fueron vendidos recientemente por 850 millones de dólares, y Los Angeles Clippers fueron adquiridos por el ex jefe de Microsoft Steve Ballmer por $2 millones el año pasado.

La familia Miller no parece dispuesta a chantajear a la comunidad para conseguir un nuevo estadio que genere más ingresos, aunque esté siendo la costumbre en todo Estados Unidos. Sin ir más lejos, en la NFL hay tres equipos que se están peleando literalmente por establecerse en Los Angeles, quejándose de las instalaciones y de la falta de voluntad de los gobiernos locales y regionales para armar una escuadra competitiva. Los Montreal Expos de la liga de béisbol se marcharon de la ciudad franco canadiense hace unos años porque el alcalde no quería financiar un nuevo estadio cuando había escasez para escuelas y hospitales. Los Miller ni siquiera barajan pedir ayuda para sufragar las mejoras del EnergySolutions a no ser que sea para construir algo que vaya a beneficiar a toda la comunidad.

En épocas anteriores la mayoría de la prensa y los aficionados querían que sus dirigentes sacrificaran lo que fuera para retener a sus amados equipos, creando muchas veces impuestos como el que siguen pagando en Milwaukee por la construcción de la cancha de los Brewers de béisbol. El impuesto aprobado en 1995 tenía prevista su fecha de caducidad en 2010, pero incluso antes de inaugurarse la cancha los costes habían incrementado y la tasa se tendría que mantener hasta 2014. Estamos en 2015 y el estado todavía debe 195 millones de dólares del Miller Park. Pero tras la crisis la gente está perdiendo la paciencia, y en Estados Unidos está despertando la conciencia de mucha gente, como se puede comprobar tras el aluvión de artículos salidos en prensa sobre los riesgos de claudicar ante multimillonarios que se quejan de pobres. También es verdad que esta situación ha coincidido con la posibilidad de un lockout para 2017, con la NBA y sus equipos dejando caer que hay todavía un notable número de ellos que siguen perdiendo dinero; citando además que los costes, como el de infraestructura, han aumentado mucho.

Todos sus argumentos para seguir cargando con el peso de esos gastos a la comunidad son mentira, como bien expone Tom Ziller en un artículo que deberían leer todos, sobretodo los americanos. Los Philadelphia Sixers, incluso en medio del suicida plan de su manager general que ha convertido al equipo en lo que vemos hoy en día, se embolsaron 10.4 millones de dólares de beneficios en 2014. Pero ante la amenaza de mercados como Las Vegas, Seattle o Los Angeles o México para la NFL, los propietarios y la liga en general siempre tendrán a mano una herramienta para chantajear a los gobernantes, que en realidad la mayoría de las veces son reflejo de la sociedad donde viven, ya que la financiación de estos estadios no se explica para que lo entienda una persona de a pie, y el monto del impuesto suele ser tan bajo que la mayor parte de la población no lo nota si no hace cálculos a años vista. Tampoco suelen poner problemas a usar bonos municipales, un instrumento con el que cuentan los gobiernos locales para conseguir préstamos con el objetivo de usarlos para infraestructuras de bien común. Un estadio es un bien común, si se gestiona correcta y racionalmente, y si se aprovecha como generador de actividad económica, pero como bien demostraba un artículo reciente del New York Times eso no se hace, resumiendo, lo que ocurre con la frase «los costes se socializan pero los beneficios no«. Los Cleveland Browns tienen un contrato que les abona 100 millones de dólares por los derechos del nombre de su estadio, construido con dinero público. Nadie en Ohio ha visto un centavo de eso.

Por eso la familia Miller, cuya gestión ejemplar de una franquicia a la que han convertido en el orgullo de todo un estado, se han puesto en una situación excepcional para dar ejemplo y cambiar el discurso. No está bien robarle a la gente, y digo robarle porque es verdad. Los Miller están arraigados en la ciudad y en Utah poseen sus negocios automovilísticos y cinematográficos, y además promueven otros deportes en la zona, como el Tour de Utah ciclista, del que también son propietarios. Construyeron una relación con Jerry Sloan como entrenador, con Randy Rigby como presidente, con Frank Layden y Kevin O’Connor como managers, con sus jugadores, como Stockton , Malone, Eaton, Hornacek, etc. Una relación que pocos conjuntos han alcanzado jamás. El espíritu Jazz es garantía de que podemos estar ante un cambio importante en la manera de hacer negocios en el deporte, y la familia Miller podría comenzar a asfaltar ese camino.