El Agitatoallas, semana VIII: La culpa es de Canadá

Lo más curioso de la semana de los Boston Celtics

Montaje: Álvaro Méndez.

Con el pasar de las fechas y el decepcionante desenlace de algunos de los últimos partidos de los Celtics, en la redacción de El Despacho de Auerbach hemos hablado largo y tendido de los diversos problemas por los que atraviesa el cuadro dirigido por Brad Stevens. Si son lectores habituales u oyentes de nuestro magnífico podcast (publicidad) sabrán de sobra que la alergia al rebote no es el único talón de Aquiles de Boston en lo que llevamos de temporada. Las desconexiones, los momentos en los que defender parece un pecado capital, la falta de un protector bajo el aro y las lesiones ya son algo habitual al hablar de estos Celtics, pero en esta nueva edición de ‘El Agitatoallas’ vamos a tratar un punto que precisamente combina los dos últimos aspectos. Y no, Amir Johnson no ha caído lesionado, que son malas personas. Ya saben, ¡toallas al viento!

La patria maldita

En la naturaleza del ser humano se encuentra la imperiosa necesidad de culpar a los demás por todo lo que no sale como a uno quiere. Primero fue tu hermano pequeño, más tarde era el amigo del pupitre de al lado el que estaba hablando mientras tú atendías con todo empeño a la lección de profesor, luego tu compañero de trabajo que no te dejaba centrarte en la importante labor que debía estar terminada hace tres horas, el vecino y un largo etcétera. En definitiva, la culpa nunca podía ser tuya. En este afán por encontrar culpables en otras partes para sentirse mejor con uno mismo, hemos encontrado una víctima perfecta para achacar todo lo malo que acontece con los Boston Celtics. Solo hemos tenido que mirar un poco al norte.

No lo entendimos en su momento, pero en esa joya de película (y de serie, obviamente) llamada South Park: más grande, más largo y sin cortes (Trey Parker, 1999) descubrimos que el eje del mal se encuentra ni más ni menos que en Canadá. Allí los estadounidenses culpaban de todo lo malo a su vecino del norte, y aunque en el país de Donald Trump ahora se echa la vista al sur con el ceño fruncido, nosotros preferimos no desviar nuestra ira. ¿por qué esa manía por ese pueblo tan afable? Las dos razones tienen nombres y apellidos: Kelly Olynyk y Toronto Raptors.

El primero, con el que un servidor ha perdido ya su bendita paciencia, lleva una serie de partidos en los que más que un jugador de baloncesto parece un alma en pena que vaga por la cancha. Olynyk es el máximo exponente del problema del que hablaba en la introducción, ya que pese a su 2.13 metros de altura no es precisamente lo que conocemos como un rim protector, no atrapa un rebote ni aunque el balón tuviese pegados billetes de 100 dólares, y en cuanto a la salud, su falta de sangre es cuanto menos preocupante.

Debimos darnos cuenta cuando vimos su cara de porreta del instituto en la típica comedia adolescente americana, pero sus dotes de despistado de turno siguen sorprendiendo. Con su altura y su buena mano algún día que otro, Olynyk podría ser un jugador de vital importancia en cualquier franquicia de la NBA, pero lo cierto es que su precio a las puertas de la agencia libre se devalúa partido a partido. Su lado canadiense, taimado y respetuoso, nos ha sacado más de una vez de nuestras casillas, mientras que en alguna ocasión se ha dejado ir y lo que ha sacado son hombros rivales. Quizás no sea muy deportivo, pero somos más de esta última versión en lugar de la habitual de sirope de arce en las venas.

El otro gran culpable viene del mismo país, aunque en este caso es todo un equipo. En las últimas temporadas, los Toronto Raptors han dominado la división atlántica; aquella que los Celtics no reinan desde 2012. En estos momentos, los canadienses son uno de los grandes rivales a batir de la Conferencia Este aunque todavía un escalón por debajo de los Cleveland Cavaliers. Mientras Boston intenta recuperar el trono, los Raptors han contrarrestado una y otra vez las ofensivas de los caballeros de Brad Stevens, y en el primer enfrentamiento de este curso entre ambos equipos volvimos a ver el mismo resultado. Gran parte de las opciones de los Celtics de cara a triunfar en unos hipotéticos Playoffs pasan por desbancar a la franquicia canadiense, y siendo sincero, a día de hoy parece altamente improbable.

Ya saben, como muestra el fragmento de a continuación que, ojo, fue nominado al Oscar como mejor canción, culpen a Canadá.

Cambio de tercio

Los días libres no son algo muy común cuando eres un deportista profesional, y menos en la NBA. Los constantes partidos y los viajes por todo el mapa norteamericano no permiten a los jugadores tomarse muchos respiros, pero cuando el calendario te sonríe hay que aprovechar. ¿Verdad, J.R. Smith? De una forma diferente a la habría pasado el tiempo el ahora jugador de los Cavaliers, los Boston Celtics decidieron hacer algo diferente en los dos días libres que dispusieron en San Antonio antes del encuentro ante los Spurs, y cambiaron el balón de baloncesto por los palos de golf.

El duelo estrella fue el protagonizado por Jae Crowder y Gerald Green, que algunos tildan como digno del Masters de Augusta. El #99 de los Celtics parece que dio una pequeña lección a un habitual del banquillo como Green, que quizás acusó la falta de minutos también de cara al hoyo. Tal debió ser la paliza de Crowder, que cuando éste oyó una pregunta de un periodista sobre golf a su rival no pudo contenerse. «Diles que te han pateado el culo», proclamó henchido de orgullo el ex de los Mavericks.

Lejos de esconder la cabeza, Green reconoció sin tapujos la clara victoria de su compañero, e incluso reconoció que dejó de tener en cuenta la puntuación tras el primer par de hoyos. Parece que el poco acierto de Crowder en la cancha de baloncesto en las últimas fechas no le acompañó en su incursión por el mundo del golf ya que su compañero se deshizo en elogios con su habilidad hasta ahora poco conocida.

«Hizo uno de los mejores putts que he visto en mi vida. Increíble. Ya era tarde, último hoyo del día. Estaba probablemente a unos 35 pies del hoyo y metió la pelota. Además estaba en curva, fue increíble, como un putt del PGA Tour».

El golpe de Crowder se llevó el protagonismo de la jornada de descanso y los jugadores de los Celtics celebraron por todo lo alto la magnífica acción del bueno de Jae. Pero no todo iba a ser acierto. Los hay que no parecen muy duchos con un palo de golf entre las manos, y gracias a las redes sociales pudimos confirmar nuestras sospechas. Como fan confeso de «El Tren» Rozier, no me sorprendió y a la vez me enorgulleció ver sus aptitudes en un deporte que, si le conocen lo más mínimo sobre la cancha, sabrán que no iba a ser lo suyo. Visto el gusto de los Celtics por el golf, quizás habría sido mejor retar a los Spurs sobre el verde, ¿no creen?