Las dos caras de una misma moneda

La gestión de plantilla da la victoria a Boston sobre Philadelphia

El 4-0 ya es una realidad. Para los dos equipos, para Boston y para Philadelphia. Ayer concluyó una eliminatoria cuyo resultado era casi impensable retrocediendo tan sólo un año en el tiempo. Los Sixers desperdician esta temporada una de las pocas balas que le quedaban al proyecto, mientras que sus rivales hacen todo lo contrario; encauzan un camino que se había desviado tras un mal año 2019.

Esta eliminatoria está llena de lecturas. Sobre todo, deja muy mal lugar para comparaciones, especialmente para los de Philly, que ven escapar una de las últimas balas del proyecto para asentarse definitivamente en la élite del baloncesto mundial. Esta derrota deja un vencedor muy claro, y un perdedor con muchas preguntas por responder de cara a la siguiente temporada.

Boston encarrila su futuro. El espejo en el que mirarse

Divide y vencerás. Pero reparte roles correctamente, y te convertirás en un equipo lo suficientemente sólido como para ser contender. Esa es la principal victoria de los Celtics este año, mucho más importante que cualquiera de las cuatro de esta serie contra Philadelphia. El reto, a pesar de que decir esto es de perogrullo, es mucho más difícil de lo que parece; los Celtics se enfrentaron a ello el año pasado, y fue lo que acabó por dinamitarlos.

La importancia de definir el espacio de cada jugador, y el momento en el que cada uno asume sus tiros, sumado al encaje de cada uno en el ataque y en diferentes fases de los partidos era el problema al que enfrentarse. Era el problema que solucionar, más bien, pues el talento nunca fue un problema. Por eso el cambio de Kyrie Irving a Kemba Walker ha sido tan beneficioso, para el sistema y para el reparto de roles, y por eso este año ha habido menos impedimentos para poder llegar a alcanzar ese nivel de encaje en las piezas.

Es imposible y será imposible olvidarse de la explosión de Jayson Tatum en la temporada 2019/20. Y de su posterior confirmación en la burbuja, con un ambiente más caliente y competitivo. La temporada de Tatum. Desde este año, podemos incluir ya a Jayson Tatum en el selecto club de jugadores diferenciales para sus equipos, y descatalogarlo sin ningún tipo de complejo del calificativo de promesa. Tatum se ha convertido en el alma máter de los Celtics, el paso adelante que iba a propiciar ese salto competitivo necesario en el corto y en el largo plazo. La pérdida del miedo a asumir la responsabilidad ofensiva del equipo, alcanzando ese nivel de eficiencia que se le demandaba sabiendo escoger correctamente sus tiros (el volumen de los mismos es parecido al del curso pasado) lo convierten, por el momento, en el jugador más avanzado en términos globales de todos los jugadores jóvenes con potencial a su alrededor, a la espera de que sus parejos amplíen sus cotas de objetivos. Con permiso, eso sí, de Luka Doncic.

Kemba Walker es otro de los jugadores de los que se esperaba mucho a estas alturas de la temporada. Y es otro de los que está cumpliendo justo con esa idea. Algunos recordarán su último año con Charlotte y pensarán que esta versión del neoyorquino es algo más pobre en cuanto a números, y puede que lo sea, pero su función en este equipo es un tanto diferente. Sigue encontrándose bajo la premisa de que cuantos más puntos y situaciones de bote sea capaz de sacar adelante, mejor para él y para su equipo, pero el factor de importancia en según qué momentos del encuentro de esos tiros entra en juego.

Es el único jugador en Boston que es capaz de hacer esta función cuando Tatum decide liberarse del balón o, directamente, sentarse a descansar. El rol de Kemba en este sentido es algo más prescindible este año, pero para la consecución de victorias importantes como las de esta serie ante los Sixers es vital. Su Game 3 es una buena prueba de ello.

Es difícil olvidarse del mérito que tiene, de nuevo, Brad Stevens. Es lo que se le presupone, es donde brilla. Un Brad Stevens al que le ha costado, contra todo pronóstico, ser capaz de encontrar la fórmula de encajar a jugadores de aportaciones numéricas similares y dependientes muchos de ellos de volúmenes altos de tiros, pensando sobre todo en Kemba Walker. Pero un Brad Stevens que se ha sabido reciclar, ha sabido sacar todo el potencial de sus jugadores jóvenes en el punto de no retorno (era clave que este año los Jays empezaran a dar la cara) y ha sabido acompañarlos de todos esos glue guys que los rodean. Pues Marcus Smart, quizás el mejor defensor exterior en estos momentos, y como mínimo uno de los jugadores más determinantes en los últimos cuartos, o Daniel Theis, cuya implicación física es fundamental en tareas interiores teniendo en cuenta que los orgullosos verdes juegan sin un center fijo, aportan todo lo demás.

Dosis de realidad en Philadelphia. El espejo en el que no mirarse

Si Boston ha demostrado este año saber hacer todo lo que hay que hacer para llevar el proyecto al siguiente nivel, los Sixers han sido todo lo contrario. Y es esa contraposición la que marca la diferencia; dos plantillas parecidas a nivel de talento, que se encontraban exactamente en el mismo punto de crecer como equipo, y a las que una gestión completamente antagónica ha terminado (o puede terminar, que nunca se sabe) por definir de cara a los años venideros.

Solo se nos puede venir un nombre a la cabeza: Brett Brown. Es el principal señalado de todo este fracaso, y con razón. Todo el buen trabajo realizado estos últimos años escogiendo a los jugadores válidos para la reconstrucción, separándolos de los que no lo eran y sabiendo cómo potenciarlos está siendo lapidado  por no haber sido capaz de encajarlos. Aunque de esto también tiene su parte de culpa Elton Brand, tomando decisiones arriesgadas como renovar por tanto dinero a Tobias Harris o apostar por jugadores que eran a priori innecesarios como el caso de Al Horford -Jimmy Butler a la espera de finiquitar su serie ante Indiana, por cierto-, que dejaban maniatado al coach jefe, sorprende la poca capacidad de reacción que éste ha tenido para plantear una serie que no estaba sobre el papel tan definida como luego ha resultado.

Más que la falta de recursos en la segunda unidad como se viene comentando, o lo limitado que dejaba la plantilla construida el margen de maniobra, sobre todo, ha sido la sensación de equipo poco hecho la que ha lastrado por encima de cualquier otra cosa. Errores como el de no encontrar un espacio fijo para un jugador como Embiid, que es diferencial cerca de las inmediaciones del aro y que desde posiciones exteriores degrada notablemente su posibilidad de hacer daño a la defensa rival, no lograr encajar dentro del espaciado a un jugador como Tobias Harris, que ofrece tantas alternativas en ataque, o como el de no entender que es un suicidio en los dos lados de la pista mantener a Al Horford y al camerunés juntos en pista han acabado por redactar su sentencia de muerte en forma de despido y, si el COVID se lo permite, en forma de vacaciones en Cancún.

Hay que empezar a asumir que “El Proceso” ha llegado a su fin. Puede que morir fuera la única manera de hacer entender esto en Philadelphia. La imagen ofrecida esta temporada ha sido de las peores posibles. Aún queda tiempo para revertir la situación, pero el reajuste pasa ineludiblemente por tomar decisiones. Y puede que una de ellas sea escoger entre una de sus estrellas. Es evidente que, separados, tienen un techo más alto, y que juntos… se estorban.


Esa ha sido la diferencia. El elemento que ha colocado a estos Boston Celtics, muy emparejados a nivel de talento frente a los de Brett Brown, un escalón por encima. Al igual que pasaría la temporada pasada a la inversa. Capacidad de gestión, saber ofrecer a las estrellas del equipo momentos específicos para lucirse y, a su vez, ayudar al equipo.

En Philadelphia, mucho que plantearse. En Boston, continuar por este camino y disfrutar mucho. La NBA hacía tiempo que necesitaba a unos Celtics enchufados en un objetivo que sobrepasase un 4-3 en Finales de Conferencia, y que encima nos diera argumentos positivos para escribirlo. Con Tatum y Brown a la cabeza, por muchos cuernos que tengan los Bucks o muy rápido que corran los Raptors, ese “todo es posible” empieza a ser, cada vez, más posible.