El día que Bill Walton convirtió a los Celtics en unos ‘Cabezas Muertas’

La historia de los Boston Cetltics y Grateful Dead

Hasta para un hombre con un mullet como Larry Bird ver este despliegue capilar en las gradas del Garden debió ser una sorpresa.

Música para acompañar la lectura.

Pocas cosas hay más emocionantes en este mundo que descubrir alguna relación entre dos cosas que forman una parte importante de tu vida. Cuando tu hermano y tu mejor amigo hacen buenas migas, cuando tu padre te dice ‘a esos los vi yo en el 84‘ o cuando la chica por la que estás perdiendo el oremus te dice que sigue la misma serie que ves las noches que ella pasa con otro. Esos son momentos realmente únicos.

En mi caso, hasta esta tarde el mayor de estos acontecimientos sucedió hace unos siete u ocho años. Cierta madrugada de hace aún más tiempo me encontraba saltando entre canales a altas horas de la madrugada hasta que mi cerebro se paró en una escena en la que al protagonista de dicha película le salía una especie de rayo del pecho que le guiaba hasta la pistola que tenía su padre escondida en el último rincón de su armario; confiado en que me resultaría fácil encontrar su título me fui a dormir y nunca pude averiguarlo. Pocos años más tarde una compañía de videojuegos lanzaba el Gears of War II y en su anuncio sonaba una canción que no salió de mi cabeza en semanas pero que en un época pre-smartphone su título nunca supe cómo conseguir. Para finalizar, en una sección de la revista Cinemanía en la que sacaban los diálogos más inolvidables de la historia del cine apareció una conversación delirante sobre la liviandad de cascos de Pitufina. El día que por fin vi Donnie Darko imagínense ustedes los gritos de adolescente alocada que se oyeron en mi casa, y no me avergüenzo de ello.

Y digo que ese era mi ejemplo favorito hasta hoy porque esta tarde estaba leyendo la biografía de Bill Walton y resulta que “The Big Red Head” era también el mayorDeadhead de la historia. Dando por supuesto que todos ustedes no tuvieron la desgracia de sufrir en sus carnes esa máquina seca-cerebros llamada LOGSE y que saben lo que significa el primero de los sobrenombres paso a explicar el segundo, que tiene algo más de miga.

Al igual que los seguidores de los Boston Celtics son los más acérrimos y pasionales de cuantos hay en el mundo del deporte (cómo olvidar este momentazo de Matt Damon) el grupo de rock-psicodélico-odio-las-etiquetas “Grateful Dead” es famoso por tener la colección de fans más fieles de cuantos ha habido desde que Jerry Lee Lewis y Little Richard se sentaron al piano e inventaron el rock and roll.

Los conocidos como Deadheads seguían a la banda californiana allá durante tocasen durante meses e incluso años. No era poco común que un grupo de fans se montase en una furgoneta en el mayo del 78 y siguiese al grupo por toda la geografía americana hasta septiembre de ese año o del siguiente (quien haya disfrutado de la gran Freaks and Geeks sabrá de lo que hablo), por lo que la atmósfera de sus conciertos era algo que pasaba del puro deleite musical a lo onírico sin dejar de lado cierto ambiente familiar.

Así, cuando en la mencionada biografía del que fuera uno de los mejores pivots de finales de los 70 y principio de los 80 este afirmaba haber asistido a más de 650 conciertos de los Dead, mi cabeza solo explotó en el sentido de que nunca lo habría imaginado escuchando a los Dead pero no por la cifra de actuaciones a las que había acudido.

Resulta que el bueno de Bill Walton no solo era fan de gente como Neil Young o Bob Dylan sino que era todo un Cabeza Muerta, como dicen algunos en español. Es más, durante una época de su vida los siguió de gira hasta Egipto – en 1978 – donde dieron tres conciertos en la Gran Pirámide de Giza, y llegó a formar parte del grupo en el último de estos bolos cuando le dejaron tocar la batería.

Así, cuando en el verano de 1985 Bill Walton se unió a la que para el que este escribe es la mejor plantilla de baloncesto la historia para salvar “no solo mi carrera sino mi vida” era de esperar que si los Grateful Dead pisaban la ciudad de Boston Bill Walton estaría ahí.

Hasta para un hombre con un mullet como Larry Bird ver este despliegue capilar en las gradas del Garden debió ser una sorpresa.
Hasta para un hombre con un mullet como Larry Bird ver este despliegue capilar en las gradas del Garden debió ser una sorpresa.

Lo que era menos previsible es que el dos veces all-star, MVP de 1978 y esa misma temporada “Mejor Sexto Hombre” invitase a uno de los entrenamientos a la totalidad de la banda, y a un par de amigos porque ya puestos a invitar qué más da un hippie que 80. Las caras de gente como Bird, McHale o Parish debieron ser un poema cuando vieron tamaña colección de melenas y camisas desteñidas en la grada del pabellón, tanto que no les quedó otra que preguntar qué estaba pasando al único que parecía saber de qué iba la historia.

Cuando Walton le dijo a unos sorprendidos Larry Bird y Kevin McHale que esos eran los Grateful Death y que esa noche tocaban en la ciudad estos debieron entender bastante poco. Pero menos aún entendió el pivot cuando la totalidad de la plantilla accedió a la invitación del grupo a verlos tocar esa noche en el Garden.

El cuatro de Noviembre de 1985, todos los Celtics con la única salvedad de un Danny Ainge al que su mujer no le dejó ir (ya se podría haber puesto así de extricta el día en que a su marido se le ocurrió traspasar a Kendrick Perkins) se reunieron en casa de Larry Legend y partieron rumbo al concierto como mandaban los más elementales principios del protocolo: en furgoneta.

Ya sentados en uno de los mejores palcos del Worcester Centrum que el grupo había reservado para el equipo, Jerry García estableció contacto con el capitán del equipo y dijo:

«Larry, esto es lo que hacemos»

Como dirían, el resto es historia. Al día siguiente los Celtics devolverían el favor a uno de los grupos más influyentes del rock y jugarían una pachanga con ellos. Particularmente a mí me habría gustado ver el emparejamiento entre Robert Parish con sus 2.13 metros de altura y el minúsculo batería del grupo,  Mickey Hart. Auténtica belleza americana.