Ayer me quedé dormido acurrucado bajo mi nórdico mientras la lluvia golpeaba la ventana en una típica noche de otoño en Madrid. Pocos minutos después aparecí en mitad de una soleada tarde de primavera en California por obra y gracia de la nunca bien ponderada fase REM. Las gotas que me habían servido de nana se habían convertido en rayos que ahora bronceaban mi piel. Mi único atuendo, un pantalón corto amarillo y una camiseta con un enorme número 32 en la espalda. Y en mi cara la enorme sonrisa de ese adolescente que hace un cuarto de siglo descubrió en casa un sobre con remite en Los Angeles. No contenía el autógrafo que había pedido, pero sí pegatinas y una carta agradeciéndome el apoyo desde el otro lado del Atlántico.
Esta vez, mi sonrisa también era agridulce. Los Lakers acaban de perder y se ha terminado la temporada 2016-17 eliminados en la primera ronda de los Playoffs. 4-1 contra los Golden State Warriors de Curry & Durant que van lanzados hacia el anillo que se les escapó el año pasado. Brandon Ingram ha firmado 20 puntos y 9 rebotes y D´Angelo Russell se ha despedido con 11 asistencias. La mayoría para que Jordan Clarkson sumara sus 15 puntos. Calderón ha vuelto a ser fundamental con sus pocos pero buenos minutos y Julius Randle ha formado con Timoféi Mozgov una muralla en la zona. Pero estos Warriors son muchos Warriors. El largo abrazo con el que Kerr ha despedido a Walton ha sido una de las imágenes de la temporada.
El año comenzó con tantas dudas como esperanzas. Pronto se notó buena química en el grupo durante la pre-temporada y Luke supo ganarse a los jóvenes desde el primer entrenamiento. Los triunfos de noviembre fueron un buen augurio y la gasolina que necesitaba el equipo para creer en el proyecto. Diciembre fue algo más irregular, pero aún así ganar en navidades a los Clippers nos permitió cerrar el año con 15 victorias. Cuando llegó el All-Star ya habíamos superado el pozo de las 17.
En New Orleans disfrutamos de ver a Ingram coronarse como el mejor jugador del partido de novatos. No podía ser de otra forma después del impacto que ha provocado desde su primer partido, cuando con 25 puntos dejó claro al entrenador Walton que no se conformaba con salir del banquillo. Su reino estaba en la cancha. Ver a Russell debutar entre las estrellas tampoco estuvo mal aunque apenas jugó 10 minutos. Fue un buen fin de semana.
Pero la resaca nos sentó mal. Febrero y las dos primeras semanas de marzo fueron duras. Los jóvenes notaron demasiado el rookie wall y a los veteranos les fallaban las piernas cargadas de kilómetros. Hasta que llegaron los Cavs, LeBron se fue del Staples humillado y el equipo recuperó la energía que necesitaba para encarar la recta final de la temporada. La victoria contra los Pelicans nos metió matemáticamente en las eliminatorias e hizo que no importara cerrar la regular season con una derrota la noche del Jueves Santo contra los Warriors. Precisamente los de San Francisco nos esperaban en primera ronda y no tuvimos ninguna opción, pero esa victoria en el Staples que evitaba el rosco fue un buen colofón. Y aún faltaba ver a Ingram y Walton reconocidos como el mejor novato y el mejor entrenador del año.
Maldito despertador. ¿Qué hora es? ¡No quiero levantarme para ir a trabajar! Fuera sigue lloviendo y aún es de noche. Me resisto a salir de la cama y busco el teléfono para chequear mi WhatsApp. 170 mensajes en el grupo de L.A. Fiebre Amarilla. Los leo en diagonal, tratando de reconstruir el debate habitual de cada madrugada de partido y me doy cuenta de que sigue siendo octubre. No ha parado de llover y no hay rastro ni del sol ni de las palmeras californianas. Los más optimistas del grupo hablan de terminar la temporada con una treintena de victorias, pero hasta ellos en el fondo son conscientes de que llegar a 25 será complicado. Los más pesimistas no paran de idear posibles traspasos -casi todos con Young y Lou de por medio- para traer a la súper estrella que nos permita salir del pozo de una vez. Ven a Ingram demasiado flaco, a Russell demasiado inconsistente, a Clarkson sin carisma, a Randle siempre pendiente de las lesiones y a Mozgov… Por Mozgov nadie da un duro.
Decido apagar la pantalla, cierro los ojos e intento regresar a mi sueño. Pero no lo consigo así que no me queda más remedio que afrontar la realidad. Me digo a mi mismo que después de cada tormenta, por larga que sea, siempre sale el sol en Los Ángeles y el amarillo vuelve a ser dorado y el morado vuelve a tornarse púrpura. Me lo enseñó aquel mago sonriente que me hizo de los Lakers para toda la vida hace más de un cuarto de siglo.