Se buscan motivos para ver a los Lakers

Tribulaciones de un seguidor abúlico

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Otro año más, la temporada de los Lakers ha sido difícil de llevar para sus aficionados. Nil Alemany (SB)

Hoy quiero confesarte algo: No tengo nada interesante que decir. Por eso llevo semanas sin publicar nada en esta tribuna que desde verano me prestan los compañeros de SomosBasket para opinar sobre Lakers. Así que entendería que a estas alturas de párrafo dejaras de perder tu preciado tiempo en leerme, pero te pido que continúes un poco más. Quiero que me ayudes.

Me explico. Mi último artículo trataba de navegar en el proceloso mar de los tejemanejes de la familia Buss. Ya sabes, el golpe de mano de Jeanie para despedir a su hermano Jim y fichar a Magic horas antes del cierre del mercado. Bien. Desde entonces, casi a diario pienso en algún tema que pueda resultar atractivo para opinar. Pero no lo encuentro.

En lo deportivo, hace tiempo que perdí la esperanza de que esta temporada fuera a ser diferente a las tres anteriores. Más o menos, cuando se desvaneció el 10-10 con el que arrancó el año para Lakers. Aún así, tenía varios motivos para ver los partidos.

Me interesaba, y por eso le dediqué mis primeros artículos, comprobar cómo se las arreglaba Luke Walton en su debut con fuego real como entrenador principal en la NBA. Comprobar si era verdad que iba a esforzarse por mejorar la defensa del equipo y por crear hábitos de juego ganadores más allá de los resultados como prometió cuando fichó. Me provocaba curiosidad saber si era capaz de hacer con la plantilla algo siquiera remotamente parecido a lo que disfrutan unos kilómetros más al norte de California. A estas alturas del año, tengo claro que en su haber hay que anotar el respeto de los jugadores o la valentía de sentar a Deng y Mozgov para incrementar los minutos de Ingram o Zubac. En su debe, la incapacidad para construir un bloque sólido en defensa o la falta de ambición en determinados momentos, aunque quizá no tenga mimbres para ese cesto.

En los primeros meses de competición, cómo no, también me dedicaba a escudriñar las evoluciones de los jóvenes de Lakers para intentar adivinar si serán capaces algún día de sacarnos de este pozo. Así, escribí un artículo para reclamar la titularidad de Ingram y puse la lupa en cada minuto que jugaba en busca de motivos que me hicieran intuir la explosión a base de talento de un jugador con un físico demasiado espigado para esta liga de físicos despiadados. Vigilaba también de cerca las actuaciones de D´Angelo para comprobar si podría dar un paso al frente. Mantenía bien abiertos los ojos para cerciorarme de si podía formar una buena pareja exterior con Clarkson. Por supuesto fiscalizaba a Randle al que imaginaba un piedra sobre la que comenzar a edificar un juego interior de garantías. Pero cuando abril asoma en lontananza, ninguno de los cuatro me ha demostrado regularidad como para ilusionarme. Destellos sí. Muchos. Consistencia no tanta.

Durante el invierno me mantuvo pegado a la pantalla la inesperada irrupción de Zubac que, a sus 19 años, me hace soñar con la recuperación de un espécimen que creía en peligro de extinción: el pívot blanco sin alergia a la pelea en la pintura y con fundamentos suficientes para jugar al baloncesto no sólo con los músculos, sino sobre todo con la cabeza y con los pies. También disfruté de la solidez anotadora y la profesionalidad de Lou Williams desde el banquillo. De hecho, su salida de Lakers fue el punto de inflexión en mi interés por el devenir de la temporada.

Cuando se anunció su traspaso, quedó claro que la apuesta del club pasaba por perder el suficiente número de partidos para amarrar un buen puesto en el draft. Iluso de mí, escribí unos párrafos defendiendo por qué creía que no había que hacer tanking. Mi teoría se resumía en que debíamos atraer este verano agentes libres capaces de tener un impacto inmediato y no seguir acumulando jóvenes prometedores pero de futuro cuanto menos incierto. Y sin embargo, desde entonces, en los mentideros púrpura y oro que frecuento no paran de glosar las virtudes de Markelle Fultz, Lonzo Ball o Josh Jackson. Nombres que, a día de hoy, no me dicen gran cosa.

Llegados a este punto, hace tiempo que no veo los partidos. Muchos días ni siquiera soy consciente de que hemos jugado y cuando lo recuerdo mi única incógnita es mirar el marcador para ver si hemos mantenido la dignidad o si hemos mancillado los 16 anillos que nos adornan. Apenas leo las crónicas (pido perdón a los compañeros que las escribís) y cuando me asomo a la prensa de Los Angeles lo más entretenido que encuentro son las andanzas judiciales de los Buss.

Por todo eso te pido ayuda. Necesito que me des motivos para seguir viendo al equipo en la media docena de partidos que restan para las vacaciones. Que me sugieras temas interesantes sobre los que opinar en esta columna. Seguro que los hay. Al fin y al cabo, estamos infectados por la fiebre amarilla y para eso no hay cura. Ni falta que nos hace.