Para comprender el mal momento de forma que está atravesando Rudy Fernández es estrictamente necesario remontarse a más de ocho años atrás, concretamente al 9 de marzo de 2009. Ese día, un bisoño y descarado Rudy Fernández galopaba velozmente por la pista del Rose Garden Arena localizado en Portland, Oregón. Estaba decidido a finalizar el contraataque con un mate que supondría su decimotercer punto sin fallo alguno en el tiro y el 81-51 en el luminoso para los locales. El partido se había trocado en una fiesta. En un macabro giro del destino, todo se torció.
Un frustrado Trevor Ariza, por aquel entonces en las filas de los Lakers, le sacudió un brutal hachazo que dio con los huesos del español impactando de manera implacable en el parquet. Cundió la preocupación y Rudy salió del pabellón con collarín directo a pasar la noche en el hospital.
Desde entonces, su bagaje es de tres operaciones de espalda en un espacio comprendido entre 2009 y 2015. En la primera, en diciembre de ese mismo año 2009, se operó debido a una hernia de disco que le provocaba insoportables dolores en la pierna derecha. Tardó dos meses en recuperarse para volver a jugar. Durante la segunda, en 2012, resultó intervenido debido a la misma razón. Rudy tenía un objetivo en mente: los Juegos Olímpicos de Londres, a los que llegó prácticamente bajo mínimos. La tercera, ya en diciembre de 2015, se produjo tras un partido de Euroliga en Belgrado en el que Rudy dijo basta. No soportaba el tormento de su espalda y tenía de nuevo el período olímpico entre ceja y ceja.
Quizás, y solo quizás, el acudir durante trece veranos consecutivos a la llamada de la selección no le ha producido demasiado bienestar en lo físico –que no en lo psicológico, pues casi siempre ha obtenido medalla-. Estamos hablando de un jugador que con apenas 30 años ya se había sometido a nada más y nada menos que tres operaciones de espalda. Nos situamos en el comienzo de esta campaña 2016-2017.
No comenzó mal en absoluto, ni en lo colectivo ni en lo individual. En los primeros cinco encuentros tanto de Euroliga como de Liga Endesa firmó 14 y 11.9 créditos de valoración de media en 27 y 21.6 minutos respectivamente (con un borrón de cinco en la derrota europea ante el Baskonia y de seis en la inauguración liguera contra Unicaja). Dejaba buenas sensaciones –más en Europa que en la competición doméstica- y daba la sensación de que un nuevo Rudy Fernández con las energías renovadas y casi recuperado del todo en la espalda –nunca volverá a tener la explosividad de antaño- era posible.
No obstante, conforme avanzaba la temporada, la fatiga hacía aparición y en un jugador tan hecho trizas físicamente como es el escolta español esto es criminal. Comenzaba a errar tiros liberados, a eludir el contacto en la zona para forzar falta o ni siquiera cargaba el rebote ofensivo. Es decir, veíamos a un Rudy que su aportación en pista se limitaba a tirar algún triple –sin fe alguna en la eficacia de su tiro– y a vaciarse en defensa. Ese aspecto es totalmente clave. El mallorquín, pese a no estar presente en el apartado ofensivo, siempre da el máximo a la hora de defender. Antepone el bien común al suyo propio.
El jugador se halla con la confianza por los suelos. Presenta un pobre 36% en tiros a lo largo de la temporada en Euroliga y un aún peor 33.5% en Liga Endesa que ha ido decreciendo según la campaña iba entrando en tramos más decisivos, pues Rudy, pese a encontrarse sin el más mínimo ápice de seguridad en sí mismo, aún goza de la confianza y minutos de Pablo Laso. ¿Es esto lo mejor para el jugador?
La respuesta probablemente sea un no. Estamos observando al peor Rudy Fernández de toda su carrera deportiva (esta es su decimocuarta temporada, pues en la 2002-2003 ya tenía ficha de vinculado). Todo se debe a su elevada carga de minutos, pues un jugador en su estado no debe pasar de simple especialista –defensivo, en su caso-. Debe ver reducidos sus minutos, pero aumentará su intensidad. Sin embargo, existe un problema: Rudy tiene un contrato.
Percibe 2.8 millones de euros netos por temporada, firmados en agosto de 2014 en un momento en el que era uno de los pilares del Real Madrid campeón de Copa que venía de batir un sinfín de récords. Ahora, finaliza dicho contrato en junio de 2018 y casi con total seguridad estampará su firma en un contrato inmensamente más a la baja o retornará a Badalona a retirarse guiado por un vínculo puramente sentimental.
Al ver la situación de Rudy Fernández ahora mismo, nuestro subconsciente nos sugiere inmediatamente pensar en Juan Carlos Navarro: alguien que lo ha sido todo para su club se encuentra deambulando por las pistas machacado por las lesiones debido a no saber aceptar tu ocaso como jugador y ser capaz de cambiar tu rol en el equipo o retirarte a tiempo.
Rudy acaba de cumplir 32 años (4 de abril). Debe centrarse en contribuir a las victorias de su equipo desde la defensa –llegó a ser el jugador más diferencial atrás de Europa hace apenas tres campañas- sin obcecarse en focalizar su juego en anotar más que los tiros liberados de los que disponga. Para ello es clave que recupere la confianza de la que carece hoy día. Él mismo se ha colocado una barrera psicológica que le impide producir ofensivamente, pero que si logra derribarla, con su ya habitual energía y lucha atrás puede ser un secundario –o titular con rol de especialista defensivo, como está comenzando a ser- de capital importancia en la consecución de títulos para la casa blanca.
Duele verle así, pero cambiarlo todo solo depende de él.