ANÁLISIS | DeMarcus Cousins, cada vez más lejos de la historia

El pívot está lejos de su mejor versión

DeMarcus Cousins aterriza en Lakers, aunque no de la manera que habríamos imaginado hace un par de años. En contra de lo que podríamos imaginar en ese tiempo, lo hace con los focos cada vez más alejados de su figura. Lo que en su día pasó por ser el pívot de mayor talento en la NBA (top-3 tirando muy por lo bajo) hoy tiene que buscarse equipo por valor de 3,5 millones y una sola temporada sin haber llegado siquiera a los 30 años (este agosto cumplirá los 29). Adrian Wojnarowski, gurú del periodismo deportivo en la NBA, ha sido muy claro: «DeMarcus Cousins no tiene mercado». 

Un contrato similar al que firmó el verano pasado con Golden State Warriors por, también, una única temporada y el mínimo. Ese verano aspiraba a un máximo que podía ir desde 175 por cinco años si seguía en New Orleans Pelicans a 130 por cuatro en cualquier otro equipo. Máximo que sólo unos meses antes, la franquicia ‘Pellie’ admitía estar convencida de ofrecer. Entre ese dineral en enero de 2018 y la «falta de ofertas» en palabras del propio pívot en junio del mismo año, lo que pasó fue que el destino se volvió a generar su propio camino. Ni más, ni menos. 

La lesión que marca su carrera

El destino, golpeando fuerte y cruelmente el tendón de Aquiles de DeMarcus Cousins, cambió su estatus de superestrella de cabeza loca a casi un tullido. O mucho peor todavía, un estorbo, tal y como lo califican los seguidores de los Warriors tras estas Finales. De miradas recelosas por su carácter a miradas recelosas por su físico. En medio, una especie de balsa de aceite en Pelicans que no duró siquiera una sola temporada completa. Aquel fatídico 26 de enero, la gente dejó de pensar en qué podría ser Cousins si tuviera una buena cabeza o si tuviera un buen equipo alrededor a pensar qué hubiera pasado sin esa inoportuna lesión quedando 15 segundos para adjudicarse una nueva victoria. Sólo 15 segundos.

Es imposible preguntarse cuál era el techo de ese equipo. Desde la llegada de Cousins a New Orleans, habían corrido ríos de tinta despertando una infinidad de dudas acerca de su posible química en pista con Anthony Davis y de que pudieran volcar su talento en dos interiores cuando el small ball estaba, y sigue estando, en pleno auge. Un equipo hecho a contracorriente que tenía en el horizonte el satisfacer a Anthony Davis antes de que empezara a pedir un traspaso. Hoy en día, a la vista está, la gerencia no andaba muy desencaminada. 

Tras las dudas iniciales, Pelicans había empezado a coger velocidad de crucero. Llevaban, hasta ese momento, siete victorias en los últimos ocho partidos, que se ampliaban a ocho en los últimos diez juegos y ya estaban más cerca de los cuatro primeros puestos del Oeste, la zona que da derecho a tener factor cancha en los Playoffs. El propio Anthony Davis reconoció, en unas declaraciones un tanto optimistas, que se veía incluso a las Finales. Un juego de imaginar que es todo lo que nos queda tras la sucesión de acontecimientos indeseados. ¿Y si…? 

«Nadie podía pararnos como hombres grandes».

Anthony Davis

Para más inri, aún sin el pívot en la segunda mitad de campaña, Pelicans consiguió la nada despreciable cifra de 48 victorias, quedando sextos en el Oeste, alcanzado los Playoffs tras dos temporadas sin saborearlos y siendo la segunda vez en los últimos 7 años, cuando todavía eran conocidos como New Orleans Hornets. Enfrente esperaban unos favoritos Blazers, a los que sorprendieron, y posteriormente unos Golden State Warriors, a los que consiguieron robar un partido. Enfrentamientos que Cousins vio vestido de calle y etiqueta, la de «mejor jugador que nunca ha jugado los Playoffs«.

Números de MVP

En su octava temporada en la élite y con, técnicamente, cuatro All Stars a sus espaldas aunque sólo pudiera disfrutar de dos (esa misma temporada no pudo disputarlo por la lesión y el anterior sólo jugó dos minutos para no estropear su fichaje a New Orleans), su año estaba siendo formidable. Se encontraba promediando unos números 25,2 puntos; 12,9 rebotes (career high); 5,4 asistencias (también career high); 1,6 robos y 1,6 tapones. Además, se estaba destapando como fiable en el tiro de tres, metiendo 2,2 por partido con porcentajes del 35,4%. Por contextualizar un poco, en sus primeras cinco temporadas había anotado un total acumulado de diez triples y, en esta 2017/18, ya llevaba 104 en 48 partidos, a tiro de su récord de los 131 de la temporada anterior (con porcentajes del 36,1%, nada mal). Récord personal que el Aquiles le impidió alcanzar de la misma manera que segó sus opciones por compartir opciones en el MVP con su flamante compañero.

Y es que era el primer jugador en la historia en promediar más de 25+12+5+1,5+1,5 y el quinto en conseguir 25+12+5. Los otros cuatro que lo han hecho (Kareem Abdul-Jabbar, Larry Bird, Charles Barkley y Russell Westbrook, casi nada) fueron galardonados como el mejor jugador de la temporada. Pero no fue la única locura estadística que consiguió en tan poco tiempo vestido de Pelican, hay que acordarse también y nombrar que fue el primer jugador en conseguir un 40+20+10 desde el año 1972 y el tercer jugador de la historia en lograr dos triples-dobles de 20+10+10.

Por comparar, y aunque sea un tanto injusto, con los pívots que han logrado el MVP en este siglo, Tim Duncan logró su primer galardón con números parecidos (25,5+12,7+3,7+0,7+2,5) y el segundo algo inferiores (23,3+12,9+3,9+0,7+2,9). Mismo resultado que si ponemos bajo este prisma puramente estadístico a Kevin Garnett con 24,2+13,9+5+1,5+2,2 y Dirk Nowitzki con 24,6+8,9+3,4+0,7+0,8. Ninguno consigue mejores números que lo que estaba haciendo Cousins el cual, repetimos, iba hacia arriba en la clasificación con su equipo. Conviene insistir que, pese a esto, no era el máximo favorito al premio, pero sirve para hacernos una idea del enorme nivel al que estaba jugando DeMarcus. Y, de nuevo, la misma pregunta: ¿podía haber mantenido ese nivel? ¿Hasta donde podría haber llegado? ¿Hubiesen sido los Pelicans un equipo de primera fila como dice Davis? 

Una de cal y otra de arena

Y no son preguntas nuevas. Porque hubo NBA para Cousins antes de New Orleans pero también muchos interrogantes. Echando la vista (más) atrás vemos a un jugador que ya casi desde que llegó empezó a marcar diferencias. 

Su desembarco en la NBA tuvo lugar en Sacramento en el año 2010 a partir de un Draft que, hoy sabemos, acumuló más desgracia que talento. Wall, Hayward, George y el propio Cousins han sido los únicos jugadores que han llegado a ser All Star en su camada, y ninguno de los cuatro, ha estado exento de sufrir lesiones muy graves que han llegado a poner en peligro incluso sus carreras. De ellos, sólo George parece el único que ha logrado superar su mala fortuna sin que su rendimiento se haya visto claramente mermado, a falta de ver cómo vuelve un Wall que se perderá también este año al completo y cuyas expectativas son bastante pesimistas. Más allá de ellos, Evan Turner, Derrick Favors, Eric Bledsoe o Avery Bradley han sido lo más rescatable de aquella promoción, aunque sin llegar a lo que en algún momento a lo que se predijo que podrían llegar a ser. 

El periodo de Cousins en Sacramento da para serial en sí mismo: franquicia convulsa a más no poder, impacto prácticamente inmediato del jugador y líos… Muchos líosLos ha tenido de todo tipo. Peleas con rivales, como los dos conatos de agresión que tuvo con Steve Adams y Valanciunas (en este caso, con la selección de USA) o el golpe entre el abdomen y los testículos a OJ. Mayo. Tras finalizar un encuentro ante los Clippers, llegó incluso a coger a su entonces compañero Isaiah Thomas para que no chocara amistosamente la mano a la estrella rival, Chris Paul.

«Su conducta le convierte en un jugador basura. No es normal su falta de madurez, tiene algún problema mental».

O.J. Mayo

También muchos problemas con la prensa, con la cual no casa especialmente bien, destacando los sucesos acontecidos en 2012 y 2016. En el primero de ellos, tras un partido frente a San Antonio Spurs, el ex-jugador y comentarista de la franquicia tejana vertió sus críticas por el trash talk que hizo el pívot sobre Tim Duncan y el banquillo rival. Una vez llegó a oídos de Cousins en las entrevistas posteriores al partido, volvió al campo para discutir cara a cara y a gritos con el propio Elliot. Una sanción y unas disculpas después, el fuego se calmó, pero las brasas siguieron candentes.

Así, en 2016 tuvo lugar el que es, quizá, su mayor encontronazo con los medios. La prensa californiana llevaba tiempo reclamando a los Kings que dejaran de ser tan condescendientes con el jugador, que estaba claro que los resultados con él no llegaban y que sus salidas de tono eran merecedoras de un traspaso. Uno de los más críticos en este sentido era Andy Furillo, el cual llegó a escribir acerca de una salida nocturna de Cousins junto su hermano. Este hecho provocó la ira del pívot, que no tuvo reparos en plantarse frente al periodista en la bocana de vestuarios, sin camiseta y haciendo valer sus más de 120 kilos de peso y tratar de amedrentarlo a la vez que lanzaba un aviso: “no vuelvas a hablar de mi familia”.

El episodio acabó el siguiente partido, con un DeMarcus enrabietado consiguiendo 13 rebotes, 3 tapones… y 55 puntos. El último de ellos en un tiro libre tras volver a cancha como un héroe después de que lo expulsaran por doble técnica y, estando camino de vestuarios, se revisara la jugada en vídeo y se entendiera que no escupió el protector bucal al banquillo rival si no que, simplemente, se le escapó. Cosas de Cousins.

Por supuesto, tampoco los entrenadores se han librado de su carácter. Quizá nadie lo haya enfrentado más que el veterano George Karl. El pívot se quejó de que su entrenador no le defendiera ante los árbitros y la cosa se enquistó tanto que tuvo que salir el General Manager a reprender al jugador públicamente. El problema no quedó ahí, ya que Karl pidió el traspaso de su estrella y, finalmente, fue el propio míster quien acabó con sus huesos en la cola del paro. También Ketih Smart tuvo sus más y sus menos con él siendo su entrenador y llegaron a enfrentarse en pleno descanso de un partido, allá por 2012. Esta vez, sin embargo, Smart estaba convencido de poder reconducir al pívot.

«No podemos darle una patada y dejarle en la cuneta por creer que es un caso perdido».

Keith Smart.

A lo mejor es eso lo que Cousins necesitaba todo ese tiempo, un poco de amor y una franquicia que supiera dirigirle, pues hay que reconocer que desde su salida de Sacramento no se han dado grandes episodios de niño malo por su parte. Porque conviene no olvidar una cosa, cuando sintió un mayor apoyo por parte de su propia franquicia fue cuando llegó la cara más amable de DeMarcus. La que renueva por su equipo antes de salir a la agencia libre y, con ese voluminoso contrato (63 kilos en 4 años), lo primero que hace es donar un millón de dólares para las familias menos favorecidas de Sacramento o siendo el primer All Star de Kings desde Brad Miller y Pedja Stojakovic en 2004. Y el último hasta la fecha.

Así, la pregunta que queda en el aire, especialmente por la capital de California, es clara: ¿Y si Cousins no hubiera sido tan problemático? ¿Qué habría podido ser si su conducta hubiera sido más la de un líder en lugar de entregarse a la vorágine autodestructiva de la franquicia? ¿Y si hubiera sabido reconducir su ira en el juego como aquel día ante Blazers justo después del episodio con Furillo? ¿Y si…?

Forzada redención

Con antecedentes conflictivos, lesionado y con la incógnita de cómo volvería a la canchas, se enfrentó a su primera agencia libre en el verano de 2018. El resultado, por todos conocido, es que firmó por los campeones y, casi, indestructibles Warriors. Sí, Golden State Warriors. Los mismos a los cuales había criticado anteriormente por juntarse como amigos en vez de disputar como rivales y con la imagen aún en la retina de Cousins sacando los dedos corazón a un niño con la camiseta de Warriors. Al gesto, sumó el grito de “fuck Golden State”, por si cabía el espacio a la duda.

Los motivos estaban claros. El primero, la falta de ofertas reconocidas por el propio protagonista. El segundo, la redención. Golden State se presentaba como un proyecto perfecto para limpiar el pasado: una franquicia dispuesta a esperar su recuperación, en la que todo fluye, los malos rollos no caben, con dinámica positiva que hace más fácil cualquier encaje, con necesidad de un pívot y, por supuesto, el jugar PlayOffs. Por fin. Y si de paso se complementa con un anillo, pues mejor. Por contra, el convertirse en antagonista por unirse a los todopoderosos, aunque en el caso de Cousins la animadversión de gran parte de la gente ya la trajera consigo. Y el disfraz de malo le queda genial a Boogie. Así pues, un año de colaboración debía ser bastante. Pero los planes no siempre salen como uno espera.

Ya en la primera mitad de temporada, el vestuario idílico se partió en dos en plena gira tras una pelea pública por un balón no pasado por parte de Green a Durant (ni a Klay). Se dijeron muchas cosas, se airearon otras y hasta Curry, que se encontraba en su casa recuperándose de una lesión, tuvo que viajar con el equipo para que este no se deshiciera. Entre medias, por supuesto, DeMarcus Cousins, al que aún le quedaba bastante para volver y que pese a que su labor pareció más de bombero que de pirómano, quedó salpicado por los flashes. Pocas cosas son más difíciles de borrar que la etiqueta de sospechoso habitual. 

Otro de las líneas maestras de su plan a la hora de fichar por Warriors, el jugar Playoffs, tampoco salió como pretendía. Es verdad que, por fin, ha logrado conocer lo que es la postemporada, pero tras un primer partido cuanto menos discreto, a los cuatro minutos de juego del segundo volvió a caer lesionado. Otra vez. Lesión en el cuádriceps y rumores de que podría no volver en lo que quedaba de temporada, que por suerte para él no llegaron a cumplirse. Al fin, Cousins pudo conocer en sus carnes la emoción de jugar una final por el título. Eso sí, sólo en un partido pudo superar los 20 minutos de juego, pese a que, en esta ocasión, fueron otros los que se lesionaron y su nivel fue bastante bajo. 

Y ahí se encuentra la última clave de la experiencia por la Bahía. En su nivel. 

Su vuelta a las canchas

Del 26 de enero de 2018 al 18 de enero de 2019. Prácticamente un año alejado de las canchas fue el peaje a pagar por Cousins en términos de tiempo tras su lesión. Su regreso se saldó con 14 puntos, 6 rebotes y 3 asistencias en 15 minutos de partido, el primero de hasta once que llegaría a jugar seguidos. En total terminaron siendo 30 partidos disputados; 23 victorias; 16,3 puntos; 8,2 rebotes; 3,6 asistencias; 1,3 robos; 1,5 tapones y 10 dobles-dobles jugando 25,7 minutos por partido. Unos números que no están nada mal, pero que tampoco engañan a nadie que lo haya visto jugar.

Porque, al contrario de lo que sucedía en Sacramento y New Orleans, en este caso sí que se trata de estadísticas vacías que no reflejan su pérdida de versatilidad, su defensa inexistente, la desaparición de su capacidad de salto o su falta de responsabilidad en momentos importantes. Hasta el punto de que sus haters pasaron de rabiar tras su fichaje por Warriors a celebrar su recuperación para las Finales, convencidos de que su participación sería perjudicial para su propio equipo

Cousins ha sido una sombra de lo que en su día fue estos últimos meses y, ahora mismo, no supone ningún elemento diferencial por el un equipo estaría dispuesto a arriesgar. De ahí su, de nuevo, falta de mercado durante una agencia libre. Y no lo es porque, si algo ha significado esta temporada, es que sus fantasmas no se han ido, su maldición sigue vigente y cada uno de los miedos que el verano pasado pasaban por la cabeza de cualquiera se han cumplido. No es sólo lo que es, sino que lo que ha perdido. La personificación de un destino esquivo y cruel que se ha cebado sobremanera en él y en aquellos amantes del baloncesto para los que hoy, al igual que en su época en Sacramento, nos deja con ganas de haberlo disfrutado más tiempo en su mejor momento. Si es que lo habíamos llegado a ver. 

¿Interrogantes de por vida?

¿Cuál era su techo? ¿Y si hubiera sabido estar callado? ¿Podía haber alcanzado el espectacular nivel de Pelicans antes de haber caído en otra franquicia? ¿Y si la estabilidad encontrada en sólo un año en New Orleans la hubiera hallado siendo la principal arma ofensiva en lugar de compartir ese puesto con Davis? ¿Y si se hubiera juntado en algún momento con un exterior de élite que le atrajera marcas y le diera más espacio? ¿Estamos hablando de un pívot de época o nunca podría haber alcanzado el nivel de históricos como Garnett o Duncan? ¿Sería ahora el mejor pívot de una NBA con Embiid, KAT o su amigo y, de nuevo, compañero, Anthony Davis? Demasiadas preguntas para un jugador que llega a una de las capitales del baloncesto después de una temporada en la que la única convicción que deja es que parece que todos y cada uno de esos interrogantes se quedarán sin resolver. 

Seguirá en su querida California, esa que ha escogido siempre que ha podido (renovación en Kings y fichajes por Golden State y Lakers en sus dos agencias libres). Todo hace indicar que esta temporada debería mejorar la pasada, pero tenemos claro que el mejor Cousins ya está cada vez más lejos. Un Cousins que se quedó en New Orleans peleando un balón en un partido ganado. Allí donde la diosa fortuna decidió castigarlo a él con una furia impensable y, a nosotros, dejarnos a medias en un espectáculo que pudo, quién sabe ahora hasta qué punto, ser asombroso. 

El funesto final de Len Bias, Greg Oden, Brandon Roy, Allen Iverson si hubiera tenido interés en entrenar, la no llegada de Chris Paul a Lakers, Derrick Rose sin lesiones, Harden en Thunder junto a Durant y Westbrook, Michael Jordan no retirándose en su mejor momento… y un sinfín de interrogantes sobre lo que podía haber sido en los que DeMarcus Cousins empieza a entrar por la puerta grande.