La paradoja de la exigencia y Anthony Edwards

Sus defectos, por ahora, dilapidan sus virtudes

Anthony Edwards, a pesar de su precocidad en la liga, es un perfil que no deja indiferente a nadie. Ya sea por su tremenda habilidad para conseguir puntos casi sin esfuerzo (y a pesar de todos los tiros que falla), por la absoluta apatía con la que confronta la mayoría de situaciones a las que se enfrenta o, simplemente, por lo estético que es. Que lo es. Edwards es de esos jugadores innatos, que se hacen a sí mismos y que se guían solamente por el puro instinto. De ahí viene todo su talento… y también todas aquellas cosas que le impiden explotar.

Con que le gustara un poquito el baloncesto…

Esa es la idea. Con que le gustara un poquito el basket, sólo un poquito, aunque fuera una mínima parte de lo que podría gustarle, da la sensación de que este chico podría llegar a cualquier sitio en la liga. Por lo poquito que le cuesta generar ventajas, la amenaza que resulta su juego ofensivo en los tres niveles y lo bien preparado que está físicamente para aguantar contactos y forzar faltas. Todos los mimbres que se le presuponen a una superestrella, vamos. Pero su enorme apatía por el juego, en concreto por el conocimiento del juego, y en general, por la vida, le privan de todas esas cotas.

«Para ser honesto, no puedo ver básquet. Todavía no me gusta mucho. Amo el básquet, sí, es lo que hago, pero si me drafteara la NFL lo dejaría ahora mismo. Allí puedes hacer cualquier cosa en el campo. Puedes clavar la pelota. Puedes bailar. Puedes hacer todo tipo de cosas irrespetuosas. En la NBA no, porque te multarán»

El problema, más clarividente todavía leyendo estas declaraciones, que son de algo antes del Draft, es que Edwards es de aquellos niños a los que han machacado desde que son pequeñitos para que estudien ciencias porque se les da muy bien y son de letras. Como al portero al que obligan a «pochar» en el recreo porque no encaja un sólo gol, pero que ansía con todas sus fuerzas dejar el arco vacío para rematar el siguiente córner.

Pero por desgracia, muchas veces, somos mucho más útiles para el conjunto asumiendo y explotando las que son nuestras virtudes, por muy alejadas que estén de lo que de verdad nos interesa. Y al bueno de Anthony es lo que le ocurre, que su talento innato para el juego de las canastas lo hace un jugador tremendamente apático e incapaz de establecer cualquier dinámica de trabajo.

Prioridad; alejarlo del camino de la exigencia

Anthony Edwards, un perfil diferente en la NBA. Fuente: Somos Prensa

Pero eso no tiene porqué ser algo limitante, más faltaría. La vida es muy larga, el tiempo es muy largo y se pueden encontrar alternativas para experimentar tus pasiones sin necesidad de dedicarte a ellas, al igual que se puede aprender a querer aquellas pasiones que no te generan un amor a primera vista, pero que en el día a día, con el roce, se acaban haciendo imprescindibles para ti. Y en la medida en la que los Timberwolves puedan entender esto, se acercarán más y más a la mejor versión de un jugador que, cómodo y en un entorno propicio, tiene mucho que ofrecer.

Parece sarcástico (y algo de mal gusto) que sea la franquicia la que tenga que adaptarse a un jugador en específico, y que no pueda exigirle al igual que a otros miembros de la plantilla, pero a veces, el bien colectivo se basa en tomar las mejores decisiones para el dicho, sean justas o no. Al final, Juancho Hernangómez, por poner el ejemplo de un perfil completamente antagónico al de Edwards, que basa todo su potencial en la herramienta del trabajo, tiene el mismo objetivo en mente que cualquier miembro de la organización, llegar lo más lejos posible, y no se va a parar a pensar en una Final de Conferencia si el head coach ha sido justo o no con el trato hacia él.

Y la historia, tiempo al tiempo, nos acabará dando la razón. Edwards es de esos talentos generacionales, con cualidades únicas que hay que ser capaz de valorar en su medida (no vamos a hablar más de justicia, esto no es una clase de filosofía de segundo de bachiller), y sobre todo, darles el valor propicio para poder construir una base de talento sólida. Que al final, es de lo que se trata. Y eso pasa por entender al jugador, rodearlo de compañeros que sean capaces de maximizar sus virtudes y no exigirle más de lo que el puede dar. Que, siendo honestos, es mucho más de lo que cualquier jugador de su camada, en términos de potencial, puede dar (con permiso de LaMelo, el único tipo al que se le puede juzgar con la misma vara).


Calma y paciencia con Edwards. Aún es un jugador joven, que ha de cometer errores para definir su sitio. Cuanto más cómodo se sienta, más disfrutará del baloncesto, y cuanto más disfrute del baloncesto, más ganarán los Wolves. Aunque el inicio de su carrera esté siendo descafeinado (o quizás, sobrado de cafeína).

Porque lo que puede dar este chico está al alcance de sólo unos pocos. Y debemos estar preparados para cuando esto ocurra.