Desde Charlotte con amor: muchas gracias, Kemba Walker

La marcha de Kemba deja un vacío enorme en los aficionado de Hornets

Han pasado ya días, no sé cuántos, pero qué más da. Es ya suficiente tiempo como para aceptar la noticia: Kemba Walker no va a vestir el año que viene de azul Hornet.

Pero no la he aceptado. Es que, Kemba Walker no va a vestir de azul Hornet el año que viene. ¿Cómo asimilar esto? 

Idolatrado Kemba, a partir de ahora, será otra la camiseta que defiendas, otra la franquicia a la que deleitar… y dos aficiones las que te apoyen. Porque todos aquellos recuerdos, aquellos partidos cargados de magia no se van contigo. Esos nos los quedamos nosotros, como esa vieja camiseta que ya no te está bien pero te resistes a tirar. Es tu camiseta.

Quizá el mejor ejemplo de lo que fue nuestra relación llegó esta misma temporada. Tú jugabas contra Philadelphia y anotaste 60 puntos. Sí, 60 puntos. No lo olvido, un servidor que pasaba ese fin de semana en casa, cerca de las olas del mar Mediterráneo casi no podía creerlo cuando despertó y acudió raudo a ver el resultado. Esa tarde, en un autobús repleto de gente volviendo a Madrid, pude disfrutarlo en diferido. Era noviembre, pero aún así tal acumulación de gente dentro del vehículo provocaba unas altas temperaturas que junto a la ropa de abrigo provocaba una incomodidad notoria más allá de la pantalla del teléfono. En ella, el mundo era otro. Todo hasta que Jimmy Butler amargó el momento y nos recordó un factor fundamental: el resultado

Sí, lo tengo claro, ese día es la perfecta definición de lo que hemos sido todo este tiempo, querido Kemba. Tú jugabas, anotabas, peleabas y, sobre todo, nos hacías disfrutar. Y, como hice aquella tarde en que la incomodidad y el gentío me impedían celebrar cada una de tus canastas como si ignorara el triste, para mí, final, yo te veía muchas veces en diferido generalmente madrugando un poco más y, luego, terminando el partido ya en pleno tren camino del trabajo. De igual manera, dedicaba mis esfuerzos en no gritar alborotando a los vecinos a las 5:30 de la mañana ni saltando de golpe en durante el trayecto de cercanías debido a una, otra, canasta increíble. 

Y, al final, como casi siempre. Derrota y a seguir. Años buscando llegar a unos Playoffs para los que temporada tras temporada nos quedábamos en la friend zone. Bordeando, cortejando, siendo simpáticos pero siendo otros quienes disfrutaban el pastel.

«Pero, eh, que nos hemos quedado cerca» como argumento de una directiva que ha parecido satisfecha por recibir un beso en la mejilla como premio mayor. Y, aún así ahí seguíamos. 

Nunca fui de Charlotte Hornets porque ganara, de hecho, estoy bastante seguro que me moriré sin ver un sólo anillo de esta franquicia ¿y qué?. Si fuera así habría ido cambiando de equipo durante estos años entre Spurs, Lakers o Warriors, por ejemplo. Pero no. Quiero divertirme con el baloncesto, divertirme con mi equipo. Y nadie ha hecho eso como tú, Kemba. En estos últimos dos años, he estado muy agradecido de que uno de los jugadores más divertidos de ver, si no el que más, de los que te hacen disfrutar de verdad, haya jugado en Hornets. De verdad, era una suerte.

Pero ya no. La suerte tiene límites que el amor no entiende. Charlotte ama a Kemba, Kemba ama a Charlotte y a los aficionados nos salían estrellitas de los ojos y veíamos arco iris salir de cada fuente, pero hasta aquí hemos llegado. Lo nuestro ha sido bonito, muy bonito. 

Un amor salvo en verano. Fuimos esa película un domingo de manta, ese aliciente en una noche fría, ese asiento en el transporte público que nos aleja y nos acerca de casa. Jugamos «all in» yendo de farol un año tras otro a excepción de cuando de verdad teníamos que haber ido con todo a por tu renovación. Somos así. 

Fuimos querer y no poder, pero querer mucho. Porque, a fin de cuentas, eso es lo importante. Lo que sí tengo clarísimo es que, si volviera a mi infancia y te hubiera visto jugar estos últimos años… volvería ser aficionado de Charlotte Hornets. 

A mi alrededor me dicen que ya es momento de olvidar, que la franquicia ha pasado página y ahora lo que toca es perder para después volver a ganar. Algo así como dar pasos hacia atrás para coger carrerilla pero, permíteme la expresión, eso es una mierda. No quiero perder un día sí y otro también. No quiero ver partidos asqueado de lo que veo y me dan igual las promesas de un futuro que, tal vez y sólo tal vez, sea mejor. 

Porque quiero ver baloncesto, no estadística. Lo que de verdad anhelo es seguir disfrutando de mi equipo, no esperar a que años después cambien las cosas. No quiero pensar en drafts, quiero pensar en Playoffs. Y si no se consigue, seguir peleando hasta lograrlo. Eso, algo tan simple como que el juego fuera juego, lo hacías mejor que nadie. 

En las rupturas, posiblemente lo más difícil no sea el momento inmediatamente posterior, sino el ver que el resto del mundo no encaja igual de bien que la persona con la que fantaseabas encajar. Quedan mimbres en el equipo para ser optimista, pero tengo claro que no serán igual y que ninguno de ellos trasladará esa electricidad al espectador como tú.

Igualmente también sé que cuando el balón empiece a rodar te empezaré a olvidar y que los clavos empezarán a aflorar. Les he echado el ojo a unos tales Bridges, Bacon y Graham y me hacen tilín. No será lo mismo pero, aunque poco a poco, será. 

Aunque no te vayas del todo, es un adiós. Nos volveremos a ver, pero esta vez será de frente. Hasta entonces buena suerte y, sobre todo, thank you, Kemba.