19 de Junio de 1984. La trigésimo octava gala del Draft de la NBA se celebraba en el Madison Square Garden de Nueva York.
La estrella principal de aquella noche fue la elección del pívot Akeem Olajuwon (unos años después se renombró Hakeem) en el puesto Nº1 por los Houston Rockets. Los del estado de Texas se llevaron a un jugador que dejaría su huella en la historia de la liga.
Después, la segunda elección de la noche estaba en manos de los Portland Trail Blazers. Esta posición fue conseguida mediante un traspaso acordado con los Indiana Pacers. Los de Oregón se llevaron a Sam Bowie, la estrella de los Kentucky Wildcats. Debido a sus continuos problemas con las lesiones, Sam nunca podría explotar todo su potencial a lo largo de su carrera.
Para completar el podio, los Chicago Bulls contaban con la posición número tres. Los Bulls llegaban a esa noche habiendo firmado en la anterior temporada un récord de 27-55 y solamente un 32.9 % de victorias, lo que se traducía como el segundo peor porcentaje hasta esa fecha en toda la historia de la franquicia.
Los Bulls decidieron esa noche cambiar, no solo el propio destino de la franquicia, sino el de todo el universo del baloncesto. Chicago eligió como su elección a un chico natural de Brooklyn pero criado en Carolina del Norte y estrella del mismo equipo universitario de ese estado. Los Bulls eligieron a Michael Jeffrey Jordan.
A Mike siempre se le recuerda por sus grandes condiciones para este deporte o por sus logros deportivos. Innumerables noches redactando la historia del baloncesto contemporáneo. Muchos fueron los récords que en su día batió Jordan y que aún siguen perdurando en la NBA actual, a la espera de que alguien sea capaz de intentar igualarlos o superarlos.
Al «Capitán Marvel» (apodo por el que se le conoció durante sus primeros años en la liga) no le resultó tarea fácil dejar claro que él iba a ser la máxima autoridad en aquella competición. Derrotas contra auténticos equipos de leyenda, como los Boston Celtics del tridente Bird-McHale-Parish, o los Detroit Pistons de finales de los 80s, los Bad Boys del genial base Isiah Thomas, trastocaron los planes de dominación de Mike en sus primeros años.
A esto, se unió el descontento de algunos puristas que veían en Jordan un nuevo especímen totalmente diferente al prototipo de jugador delicado que había reinado antes en la liga. Este, en cambio, parecía un ser salido de otro planeta muy lejano, al más puro estilo de La Guerra de las Galaxias.
Pero, por suerte, el espíritu competitivo y los atributos que poseía el escolta decantaron finalmente la balanza a su favor. Con la ayuda de un conjunto totalmente merecedor de él, conquistaron a todo el mundo y todos los títulos que se propusieron. Seis, de forma más concreta.
Digo por suerte porque es reconfortante pensar que los Bulls y Jordan lograran tantos triunfos ya que eso, a la larga, benefició a todo el universo del baloncesto. Jordan se erigió como el mejor actor principal para estas hazañas, la persona idónea en la que basar todo un modelo de espectáculo y el más adecuado para llevar a cabo toda la maquinaria.
Ineludiblemente, es cierto que Jordan fue eso, pero, sobre todo, Michael se terminó convirtiendo, a causa de sus propios actos, en el ejemplar moderno de impulsor.
La figura del deportista ha de ser solamente la punta del Iceberg en la que debamos de fijarnos cuando hablamos del ex jugador de los Bulls.
La cronología de Jordan nos enseña que él rompió los moldes de todo lo establecido anteriormente. El concepto de “superestrella” y de figura determinante en la propulsión del baloncesto a las altas esferas sí son también atribuciones acertadas. Ciertamente, sin Jordan hoy en día todos nosotros no tendríamos todas las facilidades de las que disponemos para disfrutar de este maravilloso deporte.
En 1998, se calculó que Michael Jordan generó ocho mil millones de dólares en cuanto a ingresos, tanto para la propia NBA como para otras tantas muchas empresas. Ocho mil millones de dólares en ingresos, y estamos hablando de hace ya 17 años.
Los cimientos de la estructura económica de la actual liga se empezaron a cocinar en esos años. Pero el dinero, aún con todo lo comentado antes, es solo la “cara B” de este LP. Los verdaderos “hits” de este descomunal trabajo son los millones de personas que descubrieron que, gracias a Mike no hacia falta tener alas o motores propulsados para poder volar, discutiendo hasta a las mismísimas leyes de la física.
El “Efecto Jordan” no solo modernizó y revitalizó al baloncesto, también llegó para retarlo, para hacerle (hacernos) ver que no debía de conformarse con todo lo ya logrado, sino para ilusionarle y para poder darle la posibilidad de consagrarse como una doctrina que pudiera llegar a todos los rincones del globo terráqueo.
Siempre nos molestamos en calificar a Jordan de tantísimas maneras que incluso hasta a nosotros mismos se nos olvida muchas veces dar las gracias. Y es que no es cuestión de posicionarle en un Top o de citar todos los títulos que ha obtenido, pese a que también sea necesario, pero no es la parte exculsiva ni lo más decisivo a la hora de definirle.
Ni los comentarios en contra de sus capacidades, tampoco las derrotas ante equipos de ensueño ni incluso el asesinato de su padre detuvieron a Michael en su cometido, el de hacer del baloncesto algo que formara parte de nuestra vida, del que nos sintiéramos orgullosos de poder mostrarlo al resto y de educarnos en la filosofía del trabajo, de la humildad, y, aún más importante, en el amor. El cariño con el que realizas lo que amas, como hacia MJ.
Dar las gracias es signo de respeto y agradecimiento, por eso no se me ocurre mejor final para esto que agradecerle a Jordan todo. En el día de tu quincuagésimo segundo cumpleaños, gracias por tu historia, gracias por poner al baloncesto en el lugar que se merece, y gracias por enseñarnos de que fallo tras fallo, el éxito termina llegando.
Gracias Mike.
