Aron Baynes, un contrapeso para los Boston Celtics

Analizamos su aportación estadística en defensa

Baynes
Aron Baynes rechazó más de dos millones de dólares para jugar en Boston | Keith Allison (CC)

A finales de mayo, los Boston Celtics cayeron eliminados en cinco partidos ante unos Cleveland Cavaliers muy superiores. La temporada de los verdes podía considerarse un éxito: líderes del Este en temporada regular, remontada en primera ronda frente a unos Bulls mermados por la lesión de Rajon Rondo, victoria épica a vida o muerte ante Washington Wizards gracias al recital de Kelly Olynyk y, finalmente, como premio, el regreso a las Finales de Conferencia. Nada mal para una franquicia que había decidido empezar a construir desde la base hacía solo cuatro años.

Danny Ainge no piensa como el resto de los mortales. Donde nosotros vemos a un grupo equilibrado, de presente y futuro, de veteranos en el mejor momento de sus carreras y promesas con toda una historia por delante, Danny Ainge ve la oportunidad de sacrificar la confianza de la mejor y más representativa parte del equipo a cambio de un chico de 25 años que rechazó la oportunidad de competir junto al mejor jugador del mundo. ¿Lo más extraño? Que el contexto justifica la decisión, y a cada día que pasa se vuelve más evidente que la mente de Danny viaja a más velocidad que las nuestras. En el deporte, la suerte, el azar, la probabilidad o Dios –llámenlo como quieran, a eso me refiero– intervienen con frecuencia. Cuando favorecen una vez, no se les da importancia. Cuando favorecen dos, los más conspiranoicos empiezan a sospechar. Y solo cuando la cadena de suertes se vuelve demasiado larga los necios son capaces de advertir que planificación, acierto y razón habían estado presentes desde el principio. Planificación, acierto y razón, o, lo que es lo mismo, Daniel Ray Ainge.

Tan llamativos han sido el traspaso de Kyrie Irving, la contratación del ahora maltrecho Gordon Hayward y la puesta en escena de los más jóvenes que han conseguido eclipsar al jugador físicamente menos eclipsable de la plantilla, Aron Baynes –ni «Aaron» ni «Bynes»–. Australiano nacido el 9 de diciembre de 1986 en Gisborne, un pueblo de menos de 40.000 habitantes al noreste de Nueva Zelanda. Ala pívot y pívot, o simplemente un «grande» si pretendemos encajarlo en una de las tres categorías propuestas por Brad Stevens: ball-handlers, wings y bigs.

Entre 2009 y 2013, Baynes jugó en Lituana, Alemania, Grecia y Eslovenia. Abandonó Europa en enero de 2013 para debutar en la NBA de la mano de los San Antonio Spurs. Tras dos temporadas y un anillo en la franquicia tejana, firmó con los Pistons un contrato por 19,5 millones de dólares y tres años de duración, siendo opcional el último año. El pasado verano, Aron Baynes declinó la player option y renunció a más de dos millones de dólares para unirse al proyecto de Brad Stevens. Dentro de un equipo joven, talentoso y hábil, Baynes saltará a la vista por ser un contrapeso de 118 kilos. Duro, tosco y diferente a sus compañeros de verde.

La repercusión de lo intangible

La estadística tradicional aplicada al individuo no es amiga de aquellos que atesoran virtudes difícilmente computables. Aron Baynes destaca por su entrega y dureza en la pintura, y sus promedios no reflejan los motivos que realmente lo han conducido a Boston. Baynes nunca ha promediado más de 16 minutos, 6,6 puntos, 4,7 rebotes y 0,6 asistencias por partido. Su aportación ofensiva es la básica e indispensable para los jugadores de su clase: belicismo bajo el aro, canastas fáciles y una predecible escasez radical de lanzamientos poco efectivos. Aron solo bajó del 50 % de efectividad en el tiro de campo en el curso 2013-2014, y desde su llegada a la liga ha lanzado nada más y nada menos que siete triples.

Debemos acudir a la estadística menos convencional si pretendemos entender mejor el impacto que Baynes tiene sobre el juego de su equipo. La temporada pasada, los Detroit Pistons anotaban 106 puntos y recibían 110,8 puntos por cada 100 posesiones mientras Baynes no estaba en pista. Con el australiano sobre el parqué, el ataque experimentó una mejora mínima (106,7 puntos anotados por cada 100 posesiones) y la defensa alcanzó un nivel excepcional: Detroit encajó solo 100,3 puntos por cada 100 posesiones. Si echamos un vistazo a las clasificaciones definitivas del pasado curso, comprobaremos que el equipo con mejor ratio defensivo fueron los San Antonio Spurs, con 103,5 puntos recibidos por cada 100 posesiones. Aron Baynes, un jugador «mediocre, falto de talento y antiestético», fue parte esencial de una defensa superior a la construida por Gregg Popovich.

La explicación de esta transformación defensiva tiene su base en los porcentajes de acierto en el tiro de campo: con Baynes en pista, el porcentaje de acierto del equipo rival cayó desde el 53,5 % hasta el 47,1 %. Además, los oponentes cometieron más pérdidas y rebotearon, asistieron, robaron y taponaron menos. Podemos afirmar, por tanto, que el de Gisborne supuso una influencia positiva en todos los aspectos de la defensa durante el ejercicio 2016-2017. Ningún jugador de los Pistons terminó la temporada con un ratio defensivo mejor que el de Baynes.

Encontramos también cómputos favorecedores al examinar los distintos quintetos utilizados por Stan van Gundy durante el pasado curso. Si ordenamos las alineaciones atendiendo a los minutos disputados, veremos que Baynes no aparece en ninguna de las primeras cinco formaciones. Las cinco cuentan con un diferencial de puntos negativo, es decir, los Pistons fueron inferiores a sus rivales con todas ellas. En el sexto quinteto más utilizado sí aparece Aron, y con él llega el primer diferencial positivo: +12,7 por cada 100 posesiones. Además, el australiano está presente en ocho de los once quintetos de diferencial positivo, y solo en uno de los nueve de diferencial negativo. Por último, podemos avistarlo en cuatro de las cinco alineaciones más efectivas en el tiro de campo y en cuatro de las cinco más reboteadoras.

Las estadísticas pueden resultar peligrosas si se malinterpretan, así que, por un momento, dejaremos a Baynes en un plano secundario para centrarnos en una referencia, un contexto, un elemento externo que sirva para establecer un símil. ¿Y qué mejor elemento que un pívot de su mismo equipo? Andre Drummond. Jugador relativamente limitado, por momentos unidimensional, situado en el polo opuesto al hombre alto moderno y algo anticuado en lo relativo a estilo y productividad. Por descarte, a pívots como él se les suele atribuir la virtud de la defensa. ¿Qué dicen los números al respecto? La temporada pasada, con Drummond en pista, el defensive rating de los Pistons se situó en 111,8; sin él, en 101,5. 111,8 para Andre y 100,3 para Aron. La referencia está servida. Que cada uno extraiga sus propias conclusiones.

Aron Baynes, distinto entre semejantes

Los Boston Celtics han construido un equipo con amplísimas posibilidades ofensivas. El roster está formado por jugadores inteligentes, capaces de crear juego por sí mismos para mantener una ofensiva basada en el pase y el movimiento sin balón; como es el caso de Gordon Hayward o Al Horford. La gran mayoría de ellos, además, cuenta con un tiro de larga distancia cuanto menos decente, pues no hay nada más efectivo para abrir espacios que un quinteto formado por cinco potenciales tiradores.

En este sentido, Aron Baynes es un jugador completamente diferente. No destaca, ni mucho menos, por su capacidad creativa ni por su improbable acierto en el tiro exterior. Su valor reside precisamente en el contraste, en ser el contrapeso que rompe con la línea establecida por sus semejantes. Si el australiano cumple en aquellas tareas que se le exigen –rebote, defensa, dureza–, la aparente simpleza de su juego se verá compensada, una vez más, por el sorprendente registro de sus intangibles.