Números, mentiras y cintas de vídeo

Una breve y disparatada historia sobre el azar, la necesidad y las matemáticas de andar por casa

Durante una de esas tardes de domingo que no pasarán a la historia, me entretenía revisando la trayectoria profesional del singular (agente… ¿libre, liberado, libérrimo?) DeSagana Diop: 11 temporadas poco memorables en la NBA, 8403 minutos en total y sin superar nunca los 3 puntos por partido. Impulsado por el tedio constaté que el pívot sudanés Manute Bol había colocado más tapones que canastas ha apilado Diop en toda su carrera. Desde luego que Manute fue un personaje atípico, un submundo aparte, eso lo sabe cualquier enfermo del basket norteamericano. Una vez, en 1993, anotó tres triples; y en otra ocasión sumó 4 puntos, 4 rebotes y 15 tapones sin apenas despeinarse. Y me quedo corto, cortísimo; podría sacar a la palestra decenas de anomalías y excepciones confirmando una u otra regla. Pero Mr. Bol, en el contexto de este artículo, es sobre todo la magdalena de Proust, un catalizador, una mecha, resorte sentimental que me traslada a ese pasado que en baloncesto siempre te pisa los talones para decirte algo.

Parte de mi adolescencia consistió en horas arrastrando un bolígrafo Bic sobre una tablilla, analizando las estadísticas anuales que publicaba mi revista de cabecera de 1986 a 1988, “Superbasket”. Estoy seguro de que mi obsesión por aquellos guarismos, en una época en la que hasta el puto Teletexto parecía venir del futuro, me otorgó algunas dioptrías de más y algunos amigos de menos. Cuando a salto de mata podía ver algún partido de la NBA (o de la antigua Copa de Europa) en la tele, intentaba reproducir un formato estadístico parecido en el cuaderno en el que iba apuntando los tiros fallados y anotados, los rebotes, las chapas, y algo que por entonces dependía un poco del tino de mi interpretación: las asistencias. Aquel aspecto en concreto era un auténtico arcano, y más con la consabida diferencia de criterio entre USA y Europa. Cada pase certero ratificado en el periódico del día siguiente o en mi otra publicación favorita («Gigantes») hacía felices a tres personas: al jugador que lo regalaba, al que no lo desaprovechaba, y a mí, que celebraba mi % de aciertos como si estuviese implicado en la exitosa cadena de favores.

Hablar con desdén o despecho sobre las estadísticas siempre ha salido gratis. Hay quien afirma que son la homeopatía de lo real, sin ningún valor más allá del que uno quiera darle. Además, hay citas legendarias al respecto, como las atribuidas al maquiavélico patriota Sir Winston Churchill –que desconfiaba plenamente de sus ordenadas tablas-, quien no solo dijo que Hay verdades, medias verdades, mentiras y estadísticas”, sino que se hizo el gracioso afirmando que son como un bikini, muestran datos interesantes pero esconden lo realmente importante. El mismísimo Mark Twain, en las antípodas del pensamiento del pro-hombre británico, sentenció que «Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas». Habrá que convenir entonces que la realidad podría catalogarse en verdades, verdades a medias, mentiras (y aquí encontramos, además, desde las mentirijillas –que según San Agustín- en realidad no son mentiras- hasta la calumnia), encuestas (menos las de sexo o consumo de drogas, que podemos dar por fantaciencia), y eso que os ha llevado a leerme hasta aquí: las beneméritas pero vilipendiadas estadísticas.

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Esta parrafada es el preámbulo de un elenco de asombrosas statlines. Algunas son fruto de la brega y el entrenamiento, porcentajes incrementados gracias a la ética de trabajo, la adquisición de una mejor visión de juego con el paso de los años, aprender a coger la posición en la zona por mor del músculo y otros milagros del cuerpo y de la mente. Otras son flor de una noche, no siempre afortunada. Una Guinness casi nunca te lleva al libro ídem, pero cien… bueno, ha sucedido. A veces son hechos que luego han perseguido al autor durante toda su andadura (eso de “maté un gato y…” se queda corto), como fallar a propósito para coger su propio rebote y llegar al triple doble, o fingir una lesión para seguir siendo el base con mejor promedio anotador durante un tercer cuarto. Cualquier treta puede valer para formar parte de las notas a pie de página o la letra pequeña de una época.

Pero sí, se trata de hazañas inesperadas, producto de la suerte (pésima, también) de una pernocta sin pegar ojo, de acabar con un ciego morrocotudo tras una cita a ciegas, de haberle sido infiel a tu esposa con alguien a quien le has dicho que un “hombre tiene la edad de la chica que acaricia”, de haberse envenenado en noches pre-partido, y luego pasarse con el antídoto varios pueblos del salvaje Oeste. Como al inicio de la película Match Point de Woody Allen, hay un microsegundo en el que la pelota podría o no podía entrar, un tris de incertidumbre que a veces lo cambia absolutamente todo. Alguien me contó que justo el día en el que no se puso calcetines dentro de los calzoncillos para marcar paquete ligó con la mujer de su vida. En fin, historias.

Todo lo que acabo de soltar tiene el único valor de orientarnos hasta la cancha y servirme de metáfora. La cancha poblada por cuerpos en movimiento; el sonido orgiástico de las zapatillas sobre el parqué (similar al de las máquinas tragaperras en un casino de Las Vegas), la única superficie horizontal que escapa en contadísimas ocasiones del control de Bet&Win y las férreas predicciones de pragmáticos gurús de las advanced stats como John Hollinger y sus acólitos, aprendices de cocineros en un Bulli que deconstruye el romanticismo con el que admiramos el tiro en suspensión de Ray Allen o el carisma de The Greek Freak cuando se disfraza de base sin escolta ni guardaespaldas.

En ella, en la cancha (os recuerdo mi empeño en lanzar 150 triples todas las mañanas), es factible que después de un penoso 2/33, encadene 8 seguidos, frontales y laterales. Es lógico que eso me suceda a mí, con una mecánica de tiro cuestionable, pero… ¿a curtidos profesionales para los que el baloncesto es su forma de vida, que han entrenado durante años, que han ido al colegio botando el balón con la mano izquierda como Baron Davis, sorteando reyertas y grafiteros con recortadas? ¿A atletas a las órdenes de entrenadores, técnicos, y preparadores físicos? No todo el mundo pide las llaves del pabellón, pero hay un mínimo que se les supone y por lo que renovamos la suscripción al League Pass.

Aquí os presento un repertorio de desviaciones insospechadas, números de circo, hot hands que se enfriaron misteriosamente, agujeros negros sobre la pintura, venganzas personales, récords que seguirán ahí porque no pueden ser alcanzados, quizás por falta de atrevimiento, de suerte o de voluntad. La flor de un día es la mala hierba del ulterior. En algunos casos son la prueba de que la osadía, a menudo, no compensa la inteligencia de unos extraterrestres que un día convierten el agua en vino y al siguiente se vuelven abstemios, o que multiplican los panes y los peces en la boda equivocada. Pero gracias a herramientas como Basketball-Reference permanecerán para siempre siendo dignos de estudio, de estupefacción y de encogimiento de hombros.

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Los anales de la historia (lo de anales, en todos los sentidos)

1- Gordon Hayward. Sí, el Hayward de Utah Jazz con sonrisa de muchacho-trigo-limpio. Si nos remontamos hasta sus Butler de moda resulta que el escolta tiene un porcentaje de triples muy diferente en años pares e impares: 44,8% (2008-09), 29,4% (2009-10), 47,3% (2010-11), 34,6% (2011-12), 41,5% (2012-13) y 30,4% (2013-14). En la presente campaña está camino de quebrar la tendencia, ya que mientras escribo estas líneas está en un 32,5%. La razón para esta variable es todo un misterio. ¿Tendrá su fe en Dios algo que ver? ¿Se implicará en algún tipo de servicio religioso por trimestres? Ha dejado bien claro que no es mormón; y hay fundadas sospechas de que es católico, incluso de que estudia teología –única licenciatura basada en la ciencia ficción-. Cualquier explicación me vale, lo juro.

2- Estamos en el 12 de febrero de 2012. El amigo Rasual Butler no había participado durante todo el partido que enfrentaba a sus Raptors contra los Lakers. Bien entrado el último cuarto le reclaman para que saque de banda. Cinco segundos después sigue con la pelota en las manos. Pérdida de balón. Vuelve al banquillo. El resultado es un DNP + 1 turnover, que ha seguido reflejado de forma errónea hasta hace poco (en Yahoo, ESPN, e incluso NBA.com), mostrando siempre una pérdida en el total del equipo sin realmente adjudicársela a él. Finalmente alguien puso la voz de alarma y ahora aparece como habiendo jugado 0:01 segundos. Gran alivio.

3- La numerología es un conjunto de creencias o tradiciones que pretende establecer una relación mística/adivinatoria entre los números, los seres vivos y las fuerzas físicas o espirituales. ¡Quien se lo iba a decir a Cj Watson, que en un mismo partido sumó 1 punto, 1 rebote, 1 asistencia, 1 robo, 1 tapón  y una pérdida! O a McRoberts, que después de que los Pacers anotaran los 20 tiros de todo el cuarto falló un triple a falta de 1,9 segundos. “Un buen record que romper”, declaró tras el partido. Y lo sé, esto no debería contar, pero Eddy Curry conserva un porcentaje del 100% en triples en su accidentada carrera (2 de 2, nada pero que nada mal para un pívot a la antigua usanza).

4- Es imposible pasar por encima de la lista de jugadores que bajaron su porcentaje cuando se redujo provisionalmente la línea de tres puntos (del 95 al 97). Entre ellos, notables como Dan Majerle, Gary Payton, Detlef Schrempf, Brent Barry, Brian Shaw, Date Ellis, Jeff Hornacek, John Stockton, Joe Dumars, Latrell Sprewell, Terry Porter, Steve Smith, Tony Kukoc o Reggie Miller. También los hay que aumentaron su % durante ese periodo y a partir de la temporada 97/98 volvieron a menguarlo: Allen Iverson, Arvydas Sabonis, Anfernee Hardaway, Clyde Drexler, Mark Jackson, Michael Jordan, Glen Rice, Robert Horry, Sam Cassell, Scottie Pippen, Sean Elliott, Steve Kerr y hasta Kobe Bryant. He leído teorías de todo tipo para esta especie de aberración, ninguna plenamente satisfactoria. ¿Influye el mayor o menor espacio del que disponen los defensores? ¿La mecánica y el timing del tiro? ¿Los triplistas de raza odian que se altere el más mínimo parámetro? ¿El azar y la necesidad? Lo nutrido y variopinto de ambas nóminas no permite llegar a conclusiones muy certeras.

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5- Los 0 puntos, 24 rebotes y 0 puntos y 25 rebotes de Dennis Rodman en back-to-back games, seguidos de 0 puntos y 28 rebotes cuatro semanas después son algo difícil de superar. Estamos en 1993. “All my lovin’” de Los Manolos era una canción muerta y enterrada. Kim Jong aún no había cumplido los 10 años. Los que hemos vivido y sufrido a Reggie Evans a veces olvidamos que éste no es más que una versión para todos los públicos de un Rodman mezcla de gusto adquirido y hombre de las cavernas.

6- Durante cinco temporadas no consecutivas (pero todas con los Magic) nuestro querido gigante devoto Dwight Howard falló más tiros libres (EN CADA UNA DE ELLAS) de los que marró Steve Nash en todo su periplo (324 en total). Lo mejor es que resulta que el malogrado base canadiense llegó a ejercer de profesor emérito de “Superman” en largas veladas con la pista de entrenamiento iluminada, los celadores bostezando y tácticas dignas de El Pequeño Saltamontes… con los mismos resultados que la mejor escritura sobre el agua.

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7- A Jud Buechler bien podría haberle dedicado su libro Menos que cero Bret Easton Ellis. Bueno, en realidad no. Porque el maromo que ganó con los Bulls tres anillos consecutivos desde el 96 al 98 aportando su chispa desde el banquillo tiene el nada envidiable record del mayor número de partidos (291 en total) sin anotar. De hecho, en la temporada 96-97 suma hasta 50 con el casillero a cero, la mayoría de ellos sin ni siquiera mirar al aro. Quién sabe si de haberse dedicado al Voleibol (fue All American en la universidad de Arizona,  y uno de los mejores atletas jóvenes de su fértil generación) hubiese acumulado más puntos que en una cancha de baloncesto.

8- El partido X: el 6 de marzo de 2004 los Nuggets lograron 66 puntos contra los Pistons (97) con un 26/81 en tiros de campo. Lo de Carmelo Anthony (3/17) podría ser hasta normal cuando englobamos talante y talento, pero que los máximos anotadores de Denver fuesen seis jugadores con 8 cada uno (aparte de Melo: Leonard, Camby, Earl Boykins, White y Barry) es harina de un costal demasiado extravagante. Barry, además, sumó sus 8 puntos en los últimos dos minutos del “partido”. Ambos equipos perdieron los mismos balones (18), con casi idéntica cifra de robos. Y los Nuggets, esos fistros, superaron increíblemente a los Pistons en porcentaje de triples (27,3% por 26,7%). Ah, en los primeros jugó el fino estilista Nikoloz Tskitishvili. Y por allá deambularon Milicic, Doleac y hasta “Paco” Elson. Este partido fue casi un Big Bang Theory del baloncesto, con sus freeks, sus geeks, sus agujeros negros y su materia oscura.

9- André Miller, esa versión sobre la cancha del actor Richard Pryor, ha protagonizado algunos de los incidentes más rocambolescos de la NBA. Graduado en sociología, MVP en el instituto como quarterback de fútbol americano, y uno de los jugadores que se ha perdido menos partidos por lesiones o motivos de salud (tratándose, por cierto, de uno de los bases más desgarbados de las últimas décadas, y para quien la expresión “tren inferior” hace honor a su nombre), fue capaz de firmar un registro único: 10 puntos, 10 rebotes, 9 asistencias, 6 robos y un tapón con un 0 de 10 en tiros de campo. Para más INRI las dos temporadas de toda su carrera (en 6 equipos diferentes) en las que superó el 50% en tiros de 2 (2007-8 y 2012-13) ha sido por idéntico porcentaje, 50,4%. Con una paupérrima media del 21,7% en triples en toda su singladura, debemos resaltar que de la 2001-2002 (10.9 asistencias por encuentro, su récord de siempre) a la 2002-2003, de los Cavs a los Clippers, bajó hasta los 6.7 pases de canasta. ¿La diferencia? Un minuto de juego (de 37.3 a 36.4). Esto no se sostiene. Y él jamás lo explicará.

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10- Menos excéntrico pero igual de irrepetible ese Richard Hamilton sin máscara (2005) que fue el máximo encestador de su equipo con 14 puntos y también 0/10 en tiros de campo (y 14/14 en tiros libres). Una mala tarde la tiene cualquiera. Cualquiera, pero también Alan Henderson, que cometió 6 faltas en siete minutos y perdió dos balones. Sin lanzar ni una mandarina. O Jrue Holiday y sus 5 puntos con un 2 de 24 (en uno de esos partidos en los que los reservas tienen un balance positivo y TODOS los titulares uno negativo), hace tan solo dos años. Se unió al club encabezado por Larry Drew, sustituto puntual de Magic en el Rose Garden, y con un 1 de 16, 6 pérdidas y 5 asistencias en 44 minutos, en una de las peores actuaciones individuales que se recuerda, acompañada de Michael Cooper con 1 de 14 y un Mel McCants con un 1 de 8 para los angelinos, que lógicamente perdieron 88-130 contra los Trail Blazers de… un tal Drazen Petrovic que solo anotó 6 puntos. Cosas de la vida.

11- El ser o la nada. Otro probable libro de cabecera para Joel Anthony (0 tiros a canasta en 39 larguísimos minutos, pero eso sí, 2 tapones) o para Marcus Camby (dos puntos y cero faltas en 40 minutos). ¿Y con quién pensáis que el bueno de Marcus comparte numerama? Con el tirador de raza Predrag Stojaković, que una vez firmó esta monstruosidad: 2 puntos en cuarenta minutos con 1/11 en tiros de campo, y sin un free throw que llevarse a las yemas de los dedos o a esas falanges en las que siempre confió. Otras jornadas aciagas y para olvidar hermanan a Jerry Stackhouse, Terry Cummings y Gordan Giriceck, protagonista cada uno de ellos de su indigna y particular exhibición de atrocidades.

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12- El que haya ido de gira con un grupo de rock sabe que cuando a un bolo acude menos (mucho menos) público del esperado, el promotor local o responsable de sala siempre suelta alguna excusa como estas: –tío, lo siento, es que es miércoles en Madrid (quiere decir que nadie sale hasta el juernes) / -joer, es jueves en Roma (por algún motivo tienes que creer que los jueves no se alterna en Roma) / colega, es que es martes en Belfast. Etc.

Ya sabéis por donde voy. Justificaciones para salir del paso. Como Mario Chalmers convirtiéndose en el primer jugador (desde que se analiza hasta el aire que respiran, es decir, 1986) en lograr 5 robos y perder cinco balones en menos de 20 minutos. O el triple doble con -20 de +/- de Damon Stoudamire y 5/21 en triples. O aquel otro triple doble de Kirk Hinrich con 0/9 en tiros de 2 y 3/3 en tiros de 3. El figura de Jason Kidd sumó en una ocasión 14 pérdidas a sus 18 puntos, 10 asistencias y 12 rebotes. Y Jacque Vaughn disputó un partido en 2006 con los Nets en el que no lanzó en 38 minutos, pero repartió 13 pases con final feliz.

13- Y para terminar os dejo con esto.